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Por fin se encuentra bajo el bosque, donde los árboles la protejen un poco. Otro toque más; más cercano esta vez, Bettina cree oír los pasos de los caballos. Hace un último esfuerzo y llega al terrado... ¡Ya era tiempo! A veinte metros de distancia divisa los caballos blancos de los cornetas, y más lejos ve ondular vagamente en medio de la neblina, una larga fila de cañones.

Y sonrió pensando en aquel mundo de persecuciones y dolores que abandonaba como en un lugar remoto, situado en otro planeta, al que jamás había de volver. La catedral le guardaba para siempre. En el silencio profundo del claustro, al que no llegaban los ruidos de la calle, el compañero Luna creyó oír, lejano, muy lejano, el chillón sonido de las cornetas, y después un sordo redoble de tambores.

Hoy el automóvil ha ocupado el lugar de la pintoresca diligencia y sus parejas de caballos, y pasan por aquí bebiéndose los vientos a toda hora del día y de la noche, haciendo resonar sus cornetas.

Al caer la tarde se notó gran agitación en el campo y luégo fuertes clamores y el toque de cien cornetas. No tardó en descubrirse la causa; por el camino más lejano del punto donde se hallaban agazapados los arqueros llegaba una fuerte columna, nuevos refuerzos para el ejército castellano.

Los pocos que dieron en perseguirlos retrocedieron á toda prisa al llegar á la cañada y oir las cornetas y atabales que allí tocaban furiosamente los veinte arqueros emboscados al efecto. Los perseguidores, como lo había previsto el barón, creyeron que una gran fuerza inglesa, quizás todo el ejército del Príncipe Negro, había tomado posesión de aquellas alturas.

Brillaban los cascos y corazas de numerosos escuadrones y las voces que dieron y el toque de las cornetas y atabales indicaron también que habían descubierto el refugio de sus enemigos y que se preparaban para el ataque.

Todo sea por Dios» dijo Encarnación, y más iba a decir; pero en aquel momento oyéronse cornetas y clarines, luego la Marcha Real y el murmullo expectante unido a las frases sueltas «Ya vienen, ya vienen». Gran estupefacción de Riquín, que nunca había visto cosa más bonita; éxtasis de la Sanguijuelera, que no cerraba el pico un momento al paso de la comitiva o procesión real, poniendo un comentario a cada parte de ella.

La falta de movimiento hacía que los ruidos fueran escasos: sólo se oían el penetrante sonido de una banda de cornetas que aprendía a tocar llamada por bajo del cuartel de la Montaña y el cansado grito con que se animaban varios mozos que, arrimando el hombro a un furgón, iban empujándolo hacia el muelle de descarga. En el andén no había casi nadie.

Las cornetas de los bersaglieri alegraban al capitán como el anuncio de una entrada triunfal. «Va á llegar, va á llegar de un momento á otro...» Miraba la doble montaña de la isla de Capri, negra por la distancia, cerrando el golfo como un promontorio, y la costa de Sorrento, rectilínea lo mismo que un muro. «Allí está ella...» Luego seguía amorosamente el curso de los vaporcitos que surcaban la inmensa copa azul, abriendo un triángulo de espumas.

Escúchase un redoble: La infantería inmoble Sus armas descargó. Y al ver sus bayonetas «Á la carga, cornetasZacarías gritó. Y todos enristraron Y en pos de él se arrojaron Sus lanzas á estrellar. ¿El plomo y la metralla, El foso y la alta valla Su furia detendrá? Proteja Dios al fuerte Que va á retar la muerte Cargando con valor! Y si caer le toca, Caiga como una roca Con ímpetu y fragor.