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Actualizado: 16 de junio de 2025
El buen señor desahogaba su cólera sonándose, sonándose fuerte y repetidamente, y aquel furioso trompeteo resonaba en la casa como las cornetas de un llamamiento militar.
Los perros de la granja y los del aduar, azuzados a campo traviesa, lanzábanse sobre ellos y los trituraban furiosos. En ese momento llegaron dos compañías de turcos, con la banda de cornetas al frente, a ayudar a los infelices colonos, y la matanza varió de aspecto. Los soldados no aplastaban los insectos, sino que los quemaban esparciendo largos regueros de pólvora.
Detrás venian cincuenta pages en buenos caballos; despues entraron tras ellos doscientos ginetes en muy buenos caballos, con seis trompetas, y estandartes en ellas de damasco carmesí, labradas de plata y oro las armas del duque, y luego un estandarte grande de lo mesmo y con la mesma divisa. Delante cuatro cornetas de las cuatro capitanías, de dos en dos.
De haber sido yo el Rey, la respuesta que recibí me hubiera parecido suficientemente animadora: ¿No crees, primo, haber contraído hoy bastantes responsabilidades para un solo día? El estampido de los cañones y el toque penetrante de las cornetas nos anunciaron que habíamos llegado al palacio.
Al rodear las tropas vencedoras el picacho de Monte-Dalarza, los facciosos huían cuesta abajo por la vertiente opuesta: ya no se escuchaban cornetas ni se oían disparos, turbando sólo el augusto silencio de los campos el triste relincho de un caballo herido y abandonado en la hondonada.
En seguida, dejando a su derecha el caserío de Urquilezo, bajaron a la carrera hasta la hondonada, y sin detenerse un momento emprendieron de frente la subida hacia las líneas de defensa, mientras la banda de cornetas tocaba paso de ataque.
Como una resurrección de aquella lucha recordada por el doctor, sonaron varias cornetas en las alturas inmediatas al camino, tembló la tierra con sorda trepidación y estallaron varias detonaciones entre nubes de polvo rojo y piedras por el aire.
Sentíame con nueva vida, con centuplicadas fuerzas en mi espíritu y en mi cuerpo; sentíame capaz de todo, de la abnegación, de la lucha, hasta del heroísmo, porque la presencia y las palabras de Inés habían abierto desconocidos horizontes, inmensos espacios delante de mí. Antes de llegar a la posada, fuerte ruido de tambores y cornetas me anunció la salida del ejército.
Claro está que para postre no habían de faltar los ineludibles pestiños y que había de abundar el vino para apagar la sed que causa la sal conservada en el bacalao, a pesar del remojo, y al picante de las mil ristras de guindillas y de cornetas que en tal día se consumen.
Las cornetas de la isla del Huevo respondían á continuación, con su alegre llamada á la olla humeante, y por la escalera del hotel ascendía el chinesco estrépito del gong anunciando que el almuerzo estaba servido. Ulises bajó á ocupar su mesa, mirando inútilmente á los otros huéspedes que se habían adelantado.
Palabra del Dia
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