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Don José, el P. Jacinto, el tío Gorico y los demás amigos, muy contentos de haber abrazado á D. Fadrique, contentísimo también de verse entre los compañeros de su infancia, emprendieron á caballo el viaje á Villabermeja, que, con madrugar y picar mucho, pudo hacerse en diez horas, llegando todos al lugar al anochecer de un hermoso día de primavera, en el año de 1794.

Los restantes viajeros se desparramaran ya por el andén a fin de coger sitio en el expreso, que acababa de llegar y detenerse, vibrante aún de su rápida marcha, en la estación. Vamos advirtió Miranda , vamos, que el tren va a salir.... No si hallaremos un departamento desocupado. Emprendieron su peregrinación, recorriendo la línea de vagones, en busca del departamento vacío.

Un señorito, por reírse de ellos, les dijo a la puerta de un café de la calle de las Sierpes que en Bilbao ganarían mucho dinero, pues allí no abundaban los toreros como en Sevilla, y los dos muchachos emprendieron el viaje, limpio el bolsillo y sin otro equipo que sus capas, unas capas «de verdad», que habían sido de toreros de cartel, míseros desechos adquiridos por unos cuantos reales en una ropavejería.

Un esfuerzo más, y los franceses eran vencidos. Este esfuerzo se hizo: costó muchas vidas; pero los franceses, no queriendo perder más gente, emprendieron la retirada hacia Valencia de Don Juan. El pueblo todo les siguió, con Chacón á la cabeza; pero aún no había andado éste veinte pasos, cuando fué herido por una bala: dió un grito y cayó bañado en su sangre.

Se formaron en dos filas los jornaleros, y guiados por el señor Fermín, emprendieron una marcha lenta, viña abajo.

Ni aun en estos críticos instantes podía el ayudante prescindir de aquella retórica anticlerical que acostumbraba a usar, y de sus frases campanudas. A cada una acompañaba un garrotazo. Los clérigos, no pudiendo sostener su rabioso empuje, volvieron grupas, y emprendieron desaforadamente la carrera.

Por este tiempo ocurría en San Juan la desgraciada sublevación del número 1 de los Andes, que había vuelto de Chile a rehacerse. Frustrados en los objetos del motín, Francisco Aldao y Corro emprendieron una retirada desastrosa al norte, a reunirse a Güemes, caudillo de Salta.

Pues al día siguiente lo supo por una bruja que llamaban la tía Dolorosa. Por poco me deshace á palos. Entonces me puse á cavilar si sería el lagarto, ¡y les tomé un odio!... Sin dejar de hablar, levantáronse y emprendieron nuevamente la marcha. No tardaron en salir de la áspera y estrecha cañada y desembocar en un valle relativamente ancho.

Los agentes del ayuntamiento que allí estaban no la dejaron abrazarse al cadáver de su esposo porque el juez aún no había llegado. Los gritos de dolor de la pobre mujer partían el corazón de los espectadores. Cuando vino al fin el juzgado, se procedió al levantamiento del cadáver, se le colocó en un carro y emprendieron la marcha hacia la villa.

Después de algunas apreturas, María y Genoveva consiguieron verse en el pórtico y emprendieron el camino hacia casa. Mas la señorita de Elorza volvía con frecuencia la cabeza. Un caballero anciano, alto, delgado, pálido, con perilla y grandes bigotes blancos, vestido de negro de pies a cabeza, las seguía a larga distancia.