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Mario logró desasirse, y besando con efusión las manos de su esposa, exclamó sonriendo, mientras bañaban su rostro las lágrimas: ¡Qué niños somos! Parece que me estoy despidiendo para el fin del mundo. Y salió de la estancia precipitadamente. Carlota le siguió, y en lo alto de la escalera volvieron a abrazarse. Cuando hubo salido a la calle y traspuesto la esquina, se detuvo.

Los agentes del ayuntamiento que allí estaban no la dejaron abrazarse al cadáver de su esposo porque el juez aún no había llegado. Los gritos de dolor de la pobre mujer partían el corazón de los espectadores. Cuando vino al fin el juzgado, se procedió al levantamiento del cadáver, se le colocó en un carro y emprendieron la marcha hacia la villa.

Y sacando un brazo fuera del bote, dejó caer la caja de cigarros. Flotó sobre el agua unos instantes, y luego se fué al fondo bajo el peso de alguien que acababa de arrojarse sobre ella. Era Ra-Ra, que había saltado fuera de la embarcación para abrazarse al féretro, desapareciendo con él.

Las dos mujeres, ya que no pudieron abrazarse en su rapto de enternecimiento, por hallarse en el balcón, se estrecharon conmovidas las manos, y así estuvieron largo rato, hasta que vinieron a sacarlas de su triste arrobamiento los gritos de las jóvenes que ocupaban el balcón, inmediato. ¡La procesión! ¡Ya está ahí la procesión!

Aunque sea insensato vivir en pugna constante con su tiempo, aún lo es más abrazarse á él con todas las fuerzas del espíritu y no querer gustar ni sentir las obras de los que nos han precedido.

La niña estaba alegre, satisfecha: Miguel la sacaba a bailar con más frecuencia que a las otras: luego procuraba colocarse a su lado para tenerla cogida de la mano, que se complacía en apretar suavemente y acariciar. Después de bailar uno frente a otro, los jóvenes tenían la costumbre de abrazarse un instante al concluir.

El Cauca, engrosado enormemente con mas de la mitad de las aguas del Magdalena, desemboca por tres hermosísimos canales paralelos, formando un delta de espléndida majestad, y los dos gigantes parecen abrazarse, envolviendo entre sus anchos brazos tres islas de suntuosa vestidura, cuyos sauces y gramíneas semejan enormes masas de esmeralda flotando en el centro de un océano de plata, iluminando por el sol ardiente.

No sabemos qué influencia misteriosa, mágica puede ejercer sobre un concurso el acto de abrazarse dos individuos del mismo sexo; pero siempre que lo hemos visto declaramos que produjo el mismo efecto sorprendente. El público se levanta electrizado, grita, aplaude, saca el pañuelo, gesticula con violencia y hasta hay señoras que derraman lágrimas. ¿Por qué? No nos lo preguntéis.

Después de abrazarse tiernamente, varias veces, Richard, dirigiéndose a su cuñada, pregunta riendo: ¡Y bien! ¿cuándo es el casamiento? ¿Qué casamiento? Con M. Juan Reynaud. ¡Ah, mi hermana os ha escrito! ¿Zuzie? No. Zuzie no me ha dicho ni una palabra. Vos, Bettina, me habéis escrito. Desde hace un mes, en todas vuestras cartas, sólo se trata de este joven oficial. ¿En todas mis cartas?

La razon dicta, que la verdad ha de buscarse en los antiguos y en los modernos, y ha de abrazarse donde quiera que se halle.