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No sabemos qué influencia misteriosa, mágica puede ejercer sobre un concurso el acto de abrazarse dos individuos del mismo sexo; pero siempre que lo hemos visto declaramos que produjo el mismo efecto sorprendente. El público se levanta electrizado, grita, aplaude, saca el pañuelo, gesticula con violencia y hasta hay señoras que derraman lágrimas. ¿Por qué? No nos lo preguntéis.

Leyó éste con su reconocida maestría, admirada en toda España, lo mejor de su repertorio, La oda a Gravina, La barca a pique, La cita, El cóndor y sobre todo las leyendas, las incomparables leyendas. El público electrizado no se hartaba de aplaudir y pedir más. Mas he aquí que a Tristán le acomete repentinamente un grande, un inmenso tedio. Toda aquella poesía ¿qué era en el fondo?

Cuando no quedó duda de que teníamos enfrente al enemigo, el ejército se sintió al pronto electrizado por cierto religioso entusiasmo. Vivas y mueras sonaron en las filas; pero al poco rato todo calló. Los ejércitos tienen momentos de entusiasmo y momentos de meditación: nosotros meditábamos. Sin embargo, no tardó en producirse fuertísimo ruido. Los generales empezaron a señalar posiciones.

Capaces eran de no consentir la salida del periódico. Verdaderamente contestó el tabernero, electrizado con aquel pensar, aquel decir y aquel mirar de su hijo , que no son quién para lo que sabes, esos muchachuelos ignorantes y desaplicados... ¿Y de veras crees que esos escritos meterán bulla?... No haga el diablo que te traigan algún disgusto...

Acercóse a la mesa disimuladamente, púsole una mano en el hombro, y gritó: «¡Fulano... ganaste el pleito!». Saltó el labriego, electrizado. «¡Qué me dices, hombre!». «Se falló en la Audiencia ayer». « loqueas». «Lo que oyes». En este intervalo el secretario de la mesa verificaba el trueque de pucheros: ni visto ni oído.

Sus estancias no tienen fin. Mi cuñado Raúl, a quien le da por hacer ironías con las matemáticas, ha hecho un cálculo, según el cual, puestos en línea recta los alambrados de los campos de misia Melchora, resultan más largos que las vallas de alambre electrizado de las trincheras europeas, que llegan desde Bélgica hasta el Danubio. Por lo demás, misia Melchora es una distinguidísima matrona.