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Se oyen de cuando en cuando los pasos rápidos de alguien que ha trasnochado por necesidad o por vicio; suenan a lo lejos las campanas de maitines en la torrecilla de un convento, y tras las vallas de un solar convertido en corral, lanza un gallo su canto bravío y vigoroso, como si estuviera en el campo.

Por la ancha ventana que iluminaba la habitación se distinguían a lo lejos, oscureciendo con sus enormes sombras la incierta luz crepuscular, los picos de la vecina sierra envueltos entre vapores débilmente violados y azules. En primer término, las tapias llenas de carteles de colores y las vallas de la estación dibujaban con líneas de intenso negro sus contornos.

En el amplio corral había ocho toros, unos acostados sobre las patas, otros de pie y con la cabeza baja, husmeando el montón de hierba que tenían delante. El torero marchó a lo largo de estas galerías examinando a las reses. De vez en cuando salíase fuera de las vallas, asomando el cuerpo por las estrechas saeteras.

En el redondel de éter azul suspendido sobre la plaza aleteaban palomas blancas, como asustadas por el bramido que se escapaba de este cráter de ladrillo. Los lidiadores sentíanse otros al avanzar sobre la arena. Exponían la vida por algo más que el dinero. Sus incertidumbres y terrores ante lo desconocido los habían dejado más allá de las vallas.

Seguido de algunos pocos soldados, con marcha presta Hernando de Magallanes, siguiendo angosta vereda, adelanta sin recelo, ni cuidar de que la senda se prolonga entre dos vallas de impenetrables malezas, cuando una lanza traidora salida de entre las breñas, rápida, pujante, aguda como acerada saeta, sin que su poder resista la coraza milanesa, de peto, espaldar y entrañas desmiente la fortaleza, y del pecho del caudillo lanza el alma gigantesca; veda el color al semblante la savia de sus arterias apareciendo en las armas el carmín que al rostro niega; cae el acero de sus manos, alza una mirada inmensa al cielo, ruge, desmaya, y, cual coloso de piedra, cuando a plomo se derrumba hace trepidar la tierra....

En el fondo del arco, sobre las vallas de madera que lo obstruían a medias, abríase un medio punto azul y luminoso, dejando visible un pedazo de cielo, el tejado de la plaza y una sección de graderío con la multitud compacta y hormigueante, en la que parecían palpitar, cual mosquitos de colores, los abanicos y los papeles.

Me inspiran compasión esos traidores Que vallas van poniendo en mi camino, Mi numen de centellas y fulgores Les señala a cada uno su destino. No me asusta el ladrido de los canes Que celosos envidian de mi suerte; Yo, como Cristo, repartiendo panes Protejo al débil cuanto insulto al fuerte.

El «peoncito», orgulloso de su título, obedecía en todo al maestro. Y así aprendió á tirar el lazo á los toros, dejándolos aprisionados y vencidos, á hacer saltar las vallas de alambre á su pequeño caballo, á salvar de un bote un hoyo profundo, á deslizarse por las barrancas, no sin rodar muchas veces debajo de su montura.

Cuando la fuerte lluvia había limpiado las piedras de la calle, llenándola casi de agua, otros amiguitos y yo construíamos vallas, encerrábamos las aguas en un desfiladero, la hacíamos precipitar en corrientes y formábamos á capricho islas y penínsulas.

Libres eran mis pasos, y sentíame no obstante más prisionero que en la montaña. Cualquier árbol, cualquier arbusto bastaban á ocultarme el horizonte: todos los caminos estaban cerrados en ambas partes por setos ó vallas. Al alejarme de los amados montes, que parecían huir lejos de , miraba á veces hacia atrás para contemplar sus curvas empequeñecidas.