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Hullin se acordaba siempre con entusiasmo de sus campañas de Sambre y Mosa, de Italia y de Egipto. Pensaba a menudo en ellas, y muchas veces, al caer la tarde, después del trabajo, se dirigía a la fábrica de aserrar del Valtin, ese lóbrego edificio, construido con troncos de árboles sin desbastar, que podéis ver allá, al fondo del desfiladero.

Un ser maltratado por la naturaleza, horrible, una especie de cosa sin forma y sin nombre, no había parado hasta sacarme de un lance apurado, y yo, hombre lleno de altivez, dotado de cierta razón por la naturaleza, y llegado por ella al sentimiento de la responsabilidad moral, había dejado mil veces, sin hacerles advertencia alguna, meterse á otros hombres, hasta á los que llamaba amigos, en pasos bastante más terribles que el desfiladero de una montaña.

Nada tan pintoresco como aquella parada en medio de la nieve, en el fondo del desfiladero rodeado de abetos altísimos que llegaban hasta las nubes; a la derecha, los valles se unen unos a otros hasta perderse de vista; a la izquierda, las ruinas del Falkenstein se recortan en el cielo.

Hullin se despertó muy temprano y dio una vuelta por el vivaque; se detuvo unos instantes a contemplar la meseta, los cañones que apuntaban hacia el desfiladero, los guerrilleros tendidos alrededor de las hogueras y los centinelas con el fusil al brazo. Luego, habiendo quedado satisfecho de la revista, entró en la casa de labor, en la que aún dormían Luisa y Catalina.

Nos despedimos de toda aquella gente, a la que parecía que arrancábamos su providencia, a la entrada del valle, internándonos nosotros con un pequeño grupo de ocho aldeanos vigorosos, por el escabroso y estrecho desfiladero que sube hasta el pico de aquellas montañas llamado «La cruz de las señales

Con terror hablan montañeses y viajeros de estas masas de aludes. Así es que numerosos valles, más expuestos que otros, han recibido nombres siniestros, como Valle del Espanto ó Desfiladero del Terremoto, que les dan los dialectos locales. Un valle conozco, terrible sobre todos los demás, en que no entran nunca los acemileros sin llevar la vista fija en las alturas.

El loco marchaba en línea recta, con la cabeza erguida y a grandes pasos; hubiérase dicho que era una fiera que iba a caza de alimento. Hans le precedía, revoloteando de un sitio a otro. Y no tardaron en desaparecer ambos tras el desfiladero del Blutfeld.

A ambos lados de la ladera de enfrente, el resplandor de los disparos pasaba como la luz del relámpago, iluminando ya una vieja encina, ya el negro perfil de una peña, ya un pequeño matorral, y los grupos de hombres que iban y venían como en medio de un incendio. Se oía a dos mil pies más abajo, en las profundidades del desfiladero, sordos rumores, galope de caballos, clamores y voces de mando.

Y no se veía otra cosa. Por la dirección de la luz y otras señales bien fáciles de estimar, di por seguro que aquella fachada de la casa miraba al Sur, y que por el lastral que bajaba a mi izquierda, es decir, al Este, entre la pared del huerto y el monte de aquel lado desde un alto desfiladero que se veía algo lejano, había venido yo la noche antes.

, Catalina. ¿Quién hubiera nunca pensado que los alemanes entrarían por allí? ¡Un desfiladero casi impracticable para los peatones, encajado entre rocas cortadas a pico, en el que hasta los pastores a duras penas pueden bajar con sus rebaños de cabras!