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Actualizado: 14 de junio de 2025


No obstante aquellas palabras y la marcha del loco, Luisa temblaba y aún sentía el rubor en el rostro cuando pensaba en las miradas que el desdichado le había dirigido. Yégof tomó el camino del Valtin.

Además, tenía un aire bonachón, y aquellos que habían hecho correr rumores que le perjudicaban siempre hubieron de acabar mal; lo que prueba la justicia del Señor en este mundo. A fe mía, Hullin exclamó Marcos después de salir del agujero , ayer estuve pensando en ti, y si no hubieras venido, hubiese ido yo a la fábrica del Valtin con el solo objeto de buscarte. Siéntate.

Juan Claudio y Marcos Divès se conocían desde la infancia; juntos habían ido a coger nidos de gavilanes y mochuelos, y desde entonces continuaban viéndose casi todas las semanas, por lo menos una vez, en la fábrica de aserrar del Valtin.

A la izquierda de la aldea, en la ladera del Valtin y en medio de los matorrales, Marcos Divès, montado en un caballejo negro de larga cola, con su espadón colgando del puño, señalaba las ruinas y el camino de schlitte. Un oficial de infantería y algunos guardias nacionales, con uniformes azules, le escuchaban; Gaspar Lefèvre solo, delante del grupo, y apoyado en el fusil, parecía meditabundo.

Desde media noche hasta las seis de la mañana brilló, en medio de la obscuridad, una hoguera en la cumbre del Falkenstein, y toda la sierra se puso en movimiento. Los amigos de Hullin, de Marcos Divès y de la Lefèvre, calzando altas polainas y llevando sendos fusiles, se encaminaron, en el silencio de los bosques, hacia los puertos del Valtin.

Hullin sostenía el fusil, y Catalina agitaba la mano como diciendo: «¡Vamos, vamos, ya está bienGaspar, cogiendo rápidamente el fusil, se alejó con paso firme, sin volver la cabeza. En dirección opuesta, los del Sarre, provistos de picos y hachas, trepaban en fila por el sendero del Valtin.

Hullin dirigió una mirada por los intersticios de las nubes y pudo reconocer la posición. Los alemanes habían perdido la altura del Valtin y la meseta de «El Encinar» y estaban agrupados en el valle de Charmes, al pie del Falkenstein, a un tercio de la ladera, para no ser dominados por el fuego de sus adversarios.

Hullin se acordaba siempre con entusiasmo de sus campañas de Sambre y Mosa, de Italia y de Egipto. Pensaba a menudo en ellas, y muchas veces, al caer la tarde, después del trabajo, se dirigía a la fábrica de aserrar del Valtin, ese lóbrego edificio, construido con troncos de árboles sin desbastar, que podéis ver allá, al fondo del desfiladero.

Hacía dos horas que Juan Claudio marchaba a buen paso, imaginándose la vida del campamento, el vivaque, las descargas, las marchas y contramarchas, toda aquella existencia de soldado que tantas veces había echado de menos y que veía ahora volver con entusiasmo, cuando a lo lejos, a mucha distancia aún, envuelto en la sombra del crepúsculo, descubrió la mancha azulada del caserío de Charmes, su pobre casita que deshacía en el cielo blanco una madeja de humo casi imperceptible, los jardinillos rodeados de empalizadas, los tejados de madera, y, a la izquierda, a media ladera, la gran finca de «El Encinar», con la fábrica de aserrar del Valtin al fondo, en el barranco ya en sombra.

Salieron ambos, y el contrabandista, torciendo a la izquierda, se dirigió hacia la cortadura, que formaba una especie de salidizo sobre el Valtin, a doscientos pies de altura. Separó con la mano las hojas de una encinilla que había arraigado por debajo, alargó la pierna y desapareció como si se hubiera arrojado al abismo.

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