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El Falkenstein es lo único que nos queda, y sólo somos trescientos hombres. Ahora se trata de saber si estamos decididos a llegar hasta el fin. En cuanto a , ya os lo he dicho: me pesa cargar con una responsabilidad tan grande.

Hullin dirigió una mirada por los intersticios de las nubes y pudo reconocer la posición. Los alemanes habían perdido la altura del Valtin y la meseta de «El Encinar» y estaban agrupados en el valle de Charmes, al pie del Falkenstein, a un tercio de la ladera, para no ser dominados por el fuego de sus adversarios.

Hacía tres días que los víveres faltaban completamente en el Falkenstein, y Divès no había dado señales de vida. ¡Cuántas veces, durante aquellas largas jornadas de agonía, los sitiados habían vuelto los ojos hacia Falsburgo! ¡Cuántas veces habían escuchado con inmensa atención, creyendo oír los pasos del contrabandista, cuando sólo llenaba el espacio el vago murmullo del aire!

Al terminar aquel día, los guerrilleros, que observaban lo que sucedía, como los inquilinos de una casa de muchos pisos, desde las diferentes quebraduras de la peña, vieron aparecer los uniformes blancos en los desfiladeros de alrededor. Avanzaban en masas compactas por todas partes al mismo tiempo, lo que revelaba claramente su intención de bloquear el Falkenstein.

Pero ¿qué vas a hacer con este furgón? preguntó Frantz . Puesto que no tenemos tiempo de llevarlo al Falkenstein, mejor sería dejarlo en el cobertizo de Cuny que abandonarlo en medio del camino. , para que ahorquen al pobre viejo cuando vuelvan los cosacos, que estarán aquí antes de una hora. No tengas cuidado; se me ha ocurrido una idea. Frantz se unió al trineo que se alejaba.

¡Pero eso es propio de las mujeres! exclamó el contrabandista . Hexe-Baizel lo hará tan bien como yo. ¡Cómo! ¿Yo no he de disparar un solo tiro? Tranquilízate, Marcos respondió Hullin riendo ; no te faltará ocasión de tirar cuanto quieras. En primer lugar, el Falkenstein es el centro de nuestra línea, nuestro depósito y nuestro punto de retirada en caso de contratiempo.

A las nueve, Marcos Divès se hallaba de camino hacia el Falkenstein con los prisioneros. A las diez, todos dormían en la alquería y en la meseta de la montaña, alrededor de las hogueras del vivaque. Sólo se interrumpía el silencio de tarde en tarde, por el ruido de los pasos de las rondas y por el «¿quién vivede los centinelas.

Al sentir el ruido que hacían los peñascos saltando por encima de la maleza y los macizos de árboles, los atacantes se volvieron y quedáronse como petrificados, al principio; mas levantando los ojos hacia arriba y viendo que descendían sin cesar piedras y más piedras, y contemplando en lo alto unos espectros que iban y venían, alzaban los brazos, arrojaban proyectiles y volvían a comenzar la tarea, al ver a sus camaradas destrozados, pues había filas de quince o veinte hombres aniquilados de un solo golpe, un grito inmenso resonó en el valle de Charmes hasta el Falkenstein, y, a pesar de las imprecaciones de los jefes, no obstante el fuego de fusilería que comenzaba a derecha e izquierda, los alemanes iniciaron la desbandada para escapar a aquella horrible muerte.

Frantz y Kasper irán a su encuentro, le vendarán los ojos al pie de la peña y le conducirán aquí. Nadie hizo observación alguna, y los hijos de Materne, cruzándose la carabina en bandolera, se alejaron bajo la bóveda en espiral. Al cabo de diez minutos los cazadores llegaron adonde el oficial estaba, hablaron con él breves momentos, y los tres empezaron a subir al Falkenstein.

Cuatro contrabandistas llegaron en tal momento diciendo que el miserable Yégof podía fácilmente volver con otra cuadrilla de bandidos de su jaez. Es verdad contestó Divès . Vamos a regresar al Falkenstein, puesto que así lo ha ordenado Juan Claudio; pero no podemos llevarnos el furgón, pues nos impediría ir por el atajo, y dentro de una hora esos bandidos caerían sobre nuestras espaldas.