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Y estaba tan agradecido a la visita del Delfín, que no hacía más que mirarle recreándose en su guapeza, en su juventud y elegancia. Si hubiera sido veinte veces hijo suyo, no le habría contemplado con más amor. Dábale palmadas en la rodilla, y le interrogaba prolijamente por todos los de la familia, desde Barbarita, que era el número uno, hasta el gato. El Delfín, después de satisfacer la curiosidad de su amigo, hízole a su vez preguntas acerca de la vecindad de aquella casa en que estaba. «Buena gente respondió Estupiñá ; sólo hay unos inquilinos que alborotan algo por las noches. La finca pertenece al Sr. de Moreno Isla, y puede que se la administre yo desde el año que viene.

Ido les conocía, porque vivían en su patio, siempre que no eran inquilinos de los del Saladero, y no gustaba de tratarse con semejante gentuza. De buena gana les habría dado una puntera en salva la parte; pero no se atrevía.

La víspera de San Pedro, por la noche, el Magistral recibió un B. L. M. del marqués de Vegallana invitándole a pasar el día siguiente, desde la hora en que le dejasen libre sus deberes de la catedral, en el Vivero en compañía de los dueños de la quinta y de sus actuales inquilinos los señores de Quintanar, más otros muchos buenos amigos.

Se visitaba con los inquilinos de la casa, y con alguna familia de la inmediata, gente muy llana, muy neta; como que a todas las visitas iba la prójima con mantón y pañuelo a la cabeza. En el tiempo que duró aquella cómoda vida volvieron a determinarse en ella las primitivas maneras, que había perdido con el roce de otra gente de más afinadas costumbres.

Pues que la tengo, Salesas, 60, principal.... Es decir, la tiene el casero.... Pero le pago, lo que no harán seguramente todos tus inquilinos. Perdone usted, Pinedo; no le había visto.... Y también tengo mis sábados ... y no hay tanto calor como aquí ¡uf! y doy chocolate y , y conversación y todo ... lo mismo que aquí.

En toda estación estaba allí el despacho de D. Acisclo, donde este activo labrador y ganadero trataba con chalanes, corredores, rabadanes, aperadores, capataces y caseros: entendiéndose por caseros, no el terror de los inquilinos morosos, como en Madrid, sino los que cuidan y guardan las caserías o viviendas de cada finca rústica.

Todos los domingos se personaba en ella mi D. Francisco para hacer la cobranza, los recibos en una mano, en otra el bastón con puño de asta de ciervo; y los pobres inquilinos que tenían la desgracia de no poder ser puntuales, andaban desde el sábado por la tarde con él estómago descompuesto, porque la adusta cara, el carácter férreo del propietario, no concordaban con la idea que tenemos del día de fiesta, del día del Señor, todo descanso y alegría.

Adiós, hasta la vuelta, tantas cosas a Pepe: envíame el papel que se ha olvidado, que escribas en llegando. Buen viaje. Por fin suena el agudo rechinido del látigo, la mole inmensa se conmueve, y estremeciendo el empedrado, se emprende el viaje, semejante en la calle a una casa que se desprendiese de las demás con todos sus trastos e inquilinos a buscar otra ciudad en donde empotrarse de nuevo.

Exasperado ante las amenazas del fraile que pretendía hacer prevalecer su autoridad á toda costa delante de los otros inquilinos, Cabesang Tales se rebeló, se negó á pagar un solo cuarto y teniendo siempre delante la nube roja, dijo que solo cedería sus campos al que primero los regase con la sangre de sus venas.

Si la señora me dejara, ya les habría puesto los trastos en la calle; pero mi ama es así, no quiere desahucios. «Por Dios Plácido, no les eches... los pobrecitos ya pagarán; es que no pueden». «Pero señora, con que me dieran lo que gastan en aguardiente y lo que se dejan en la pastelería de Botín...». Total, que con caseras como la mía, estos bribones de inquilinos están como quieren.