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Cabesang Tales y yo nos reuniremos en la ciudad y nos apoderaremos de ella, y usted en los arrabales ocupará los puentes, se hará fuerte, estará dispuesto á venir en nuestra ayuda y pasará á cuchillo no solo á la contrarevolucion, ¡sino á todos los varones que se nieguen á seguir con las armas! ¿A todos? balbuceó Basilio con voz sorda.

Haz cuenta como si los parientes del caiman hubiesen acudido, decía Tandang Selo sonriendo plácidamente. ¡El año que viene te vestirás de cola é irás á Manila para estudiar como las señoritas del pueblo! decía Cabesang Tales á su hija siempre que la oía hablar de los progresos de Basilio.

Simoun aguardó en vano que volviese aquella noche Cabesang Tales.

Teniendo que visitar á la familia de Cabesang Tales al día siguiente, aprovechaba la noche para cumplir con aquel deber. Sentóse sobre una piedra y pareció reflexionar. Se le presentaba su pasado como una larga cinta negra, rosada en su comienzo, sombría despues, con manchas de sangre, despues negra, negra, gris y clara, más clara cada vez.

Simoun compraba tambien alhajas viejas, hacía cambios, y las económicas madres habían traido las que no les servían. Y ¿usted, no tiene nada que vender? preguntó Simoun á Cabesang Tales, viéndole mirar con ojos codiciosos todas las ventas y cambios que se hacían. Cabesang Tales dijo que las alhajas de su hija habían sido vendidas y las que quedaban no valían nada.

Cabesang Tales que se había acercado curioso, cerró los ojos y se alejó inmediatamente como para ahuyentar un mal pensamiento. Tanta riqueza insultaba su desgracia; aquel nombre venía allí á hacer gala de su inmensa fortuna precisamente en la víspera del día en que él, por falta de dinero, por falta de padrinos tenía que abandonar la casa que había levantado con sus manos.

Al oirse el estallido, los miserables, los oprimidos, los que vagan perseguidos por la fuerza saldrán armados y se reunirán con Cabesang Tales en Santa Mesa para caer sobre la ciudad; en cambio, los militares á quienes he hecho creer que el General simula un alzamiento para tener motivos de permanecer, saldrán de sus cuarteles dispuestos á disparar sobre cualesquiera que designare.

El campesino enviado de los tulisanes dijo que probablemente la banda tendría que alejarse, y si tardan mucho en entregarle el rescate, pasarían los dos días y Cabesang Tales sería degollado. Esto volvió locos á aquellos dos séres, ambos débiles, ambos impotentes. Tandang Selo se levantaba, se sentaba, bajaba las escaleras, subía, no sabía á dónde ir, á dónde acudir.

Y ordenó á su criado que por el lago se fuese á Los Baños se llevase la maleta grande y le esperase allí, porque él por tierra iba á seguir su viaje llevándose la que contenía sus famosas piedras. La llegada de cuatro Guardias Civiles acabó de ponerle de buen humor. Venían á prender á Cabesang Tales y no encontrándole se llevaban á Tandang Selo.

Contemplólo Simoun detenidamente, lo abrió y lo cerró repetidas veces: era el mismo relicario que María Clara llevaba en la fiesta de San Diego y que en un movimiento de compasion había dado á un lazarino. Me gusta la forma, dijo Simoun, ¿cuánto quiere usted por ella? Cabesang Tales se rascó la cabeza perplejo, despues la oreja y miró á las mujeres.