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Tengo un capricho por ese relicario, repitió Simoun; quiere usted ciento... ¿quinientos pesos? ¿Quiere usted cambiarlo con otro? ¡Escoja usted lo que quiera! Cabesang Tales estaba silencioso, y miraba embobado á Simoun como si dudase de lo que oía. ¿Quinientos pesos? murmuró. Quinientos, repetió el joyero con voz alterada.

Y se negó resueltamente á pagar ni á ceder un palmo siquiera de sus tierras, si antes no probaban los frailes la legitimidad de sus pretensiones con la exhibicion de un documento cualquiera. Y como los frailes no lo tenían, hubo pleito, y Cabesang Tales lo aceptó creyendo que, si no todos, algunos al menos amaban la justicia y respetaban las leyes.

Por eso será que Julî no ha querido desprenderse de él prefiriendo empeñarse. La observacion surtió efecto. El recuerdo de su hija detuvo á Cabesang Tales. Si me permitís, dijo, iré al pueblo á consultarlo con mi hija: antes de la noche estaré de vuelta. Quedáronse en ello y Cabesang Tales bajó inmediatamente.

Cabesang Andang continuaba con su letanía de filipinos humildes y pacienciosos como ella decía é iba á citar otros que por no serlo se veían desterrados y perseguidos, cuando Plácido, con un pretesto insignificante, dejó la casa y se puso á vagar por las calles.

Entretanto los frailes estaban de enhorabuena: habían ganado definitivamente el pleito y aprovecharon el cautiverio de Cabesang Tales para entregar sus terrenos al que los había solicitado, sin el más pequeño pundonor, sin la menor pizca de vergüenza.

No tendremos necesidad de los arrabales, dijo: con la gente de Cabesang Tales, los excarabineros y un regimiento tenemos bastante. Más tarde, ¡acaso María Clara ya esté muerta! ¡Parta usted en seguida! El hombre desapareció. Plácido había asistido á esta corta entrevista y había oido todo; cuando creyó comprender algo se le erizaron los cabellos y miró á Simoun con ojos espantados.

El teniente de la Guardia Civil ni se inmutó siquiera; tenía orden de recoger todas las armas y había cumplido con su deber; perseguía á los tulisanes siempre que podía, y cuando secuestraron á Cabesang Tales, él organizo inmediatamente una batida y trajo al pueblo maniatados codo con codo á cinco ó seis campesinos que le parecieron sospechosos, y si no apareció Cabesang Tales era porque no estaba en los bolsillos ni debajo de la piel de los presos que fueron activamente sacudidos.

A las primeras explicaciones, Cabesang Andang las tomó por añagaza, se sonrió y estuvo apaciguando á su hijo, recordándole los sacrificios, las privaciones, etc., y habló del hijo de Capitana Simona que, por haber entrado en el Seminario, se daba en el pueblo aires de obispo: Capitana Simona se consideraba ya como Madre de Dios, claro, ¡su hijo va á ser otro Jesucristo!

Y como si tratase de afinar su puntería, tiraba sobre las aves y las frutas, tiraba sobre las mariposas con tanto tino que el lego administrador ya no se atrevió á ir á Sapgang sin acompañamiento de guardias civiles, y el paniaguado que divisó de lejos la imponente estatura de Cabesang Tales recorriendo sus campos como un centinela sobre las murallas, renunció lleno de miedo á arrebatarle su propiedad.

¡Tienen fusiles que alcanzan mucho! observó Cabesang Tales algo distraido. Este revólver no alcanza menos, contestó Simoun disparando un tiro contra una palmera de bonga que se encontraba á unos doscientos pasos. Cabesang Tales vió caer algunas nueces, pero no dijo nada y continuó pensativo.