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Pensó en D. Juan Nepomuceno, y hasta entró en casa una noche con el propósito de pedirle cinco mil reales. «, no cabía duda, hubiera sido el colmo del heroísmo. Yo le he prometido a usted devolverle mil reales a las veinticuatro horas de recibidos, ¿eh? ¿No es eso? Pues bien; aquí me presento, a los ocho días, no a entregar esos cincuenta duros, sino a pedir cinco veces otro tanto». ¡Absurdo!

Te has olvidado aquí el dinero dijo alargándole otra vez la cartera. No me he olvidado. Es para también. ¿Para ? exclamó él poniéndose pálido. ¿No lo quieres? preguntó ella con timidez poniéndose encarnada. No; no lo quiero replicó él con firmeza. Clementina no se atrevió a insistir. Tomó de nuevo la cartera, sacó de ella los billetes y la volvió a entregar al joven.

Miss Percival tenía el mismo acento de su hermana, los mismos grandes ojos negros, risueños y alegres, y los mismos cabellos, no rojos, sino rubios, con reflejos dorados en los que jugaba con delicadeza la luz del sol. Saludó a Juan con una graciosa sonrisa, y éste, después de entregar a Paulina la ensaladera de achicoria, se fue a buscar las dos carteras.

La lágrima era de agradecimiento. «El Magistral les sacrificaba el nombre y hasta la conveniencia de un amigo, de un gran amigo, de un defensor, de un partidario suyo, de todo un Ronzal el diputado. Bien hacía ella en entregar las llaves del corazón y de la conciencia a tal hombre, a aquel santo, pensaría mejor».

Decid á su excelencia, vuestro amo, que soy la duquesa de Gandía. Dió otro paso atrás el maestresala. Mirad dijo Quevedo ganando aquel paso. Y mostró al maestresala el sobrescrito de la carta que le había dado la de Lemos. Acabáramos dijo el maestresala ; con haber dicho que teníais que entregar á su excelencia en propia mano... Esta carta viene sola.

Caso del fallecimiento del cura, la carta debía pasar a poder de D. Acisclo, y caso de fallecer éste, él mismo debía designar a persona que le sustituyera en el encargo de entregar la carta misteriosa.

Iba, pues, a auxiliar a los reos de muerte en la capilla y a darles conversación en la hora tremenda, hablándoles de lo tonta que es esta vida, de lo bueno que es Dios y de lo ricamente que iban a estar en la gloria. ¡Qué sería de los pobrecitos reos si no tuvieran quien les diera un poco de jarabe de pico antes de entregar su cuello al verdugo!

Disculpáronse los judíos con decir que el cabildo con sobra de codicia pretendia mas dinero del que ellos debian entregar por el tributo. Su hijo don Alfonso X, á quien justamente da la fama el nombre de Sabio, se sirvió para componer sus Tablas, de la ciencia de los mas doctos judíos i árabes.

Para Ana el cuarto acto no ofrecía punto de comparación con los acontecimientos de su propia vida... ella aún no había llegado al cuarto acto. «¿Representaba aquello lo porvenir? ¿Sucumbiría ella como doña Inés, caería en los brazos de don Juan loca de amor? No lo esperaba; creía tener valor para no entregar jamás el cuerpo, aquel miserable cuerpo que era propiedad de don Víctor sin duda alguna.

Tengo el oído siempre alerta, y hasta cuando me duermo paréceme que no se me escapa ningún rumor. Díjole ella cuerdamente que todo cerebro enfermo pide inacción; que le convenía entregar sus sentidos a la indiferencia y al descanso; que mientras estuviese en la cama no se le había de dar conversación, y que ni aun sus hijos debieran entrar en la alcoba.