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D. Martín de las Casas, teniente coronel retirado, que había hecho la guerra de Cuba, donde había recibido una herida en un hombro que le impidió continuar en el servicio, se creía en el caso, por su profesión, de llevarlo todo por la tremenda. Desde el año 1873 en que pasó al cuerpo de Inválidos no volvió a salir de Peñascosa. Contaba en aquella época cuarenta y dos años.

En el centro habia una grande hoguera alimentada con palmas secas, al rededor de la cual se agitaba la rueda de danzantes, y otra de espectadores, danzantes á su turno, mucho mas numerosa, cerraba á ocho metros de distancia el gran círculo. Allí se confundian hombres y mujeres, viejos y muchachos, y en un punto de esa segunda rueda se encontraba la tremenda orquesta.

¡Buen romanticismo nos Dios, señor don Alejandro! ¡Romántico un lance de una realidad tan tremenda, que todavía me pone los pelos de punta cuando le recuerdo en toda su imponente sencillez! ¿Los pelos de punta, eh?

Tremenda cosa sería caer otra vez en el corral. La pluma, en el colmo de su regocijo, no halló medio mejor de expresarlo que dando vueltas sobre su eje, para que se orearan bien sus miembros húmedos y ateridos: se bañó en el sol y se esponjó, ahuecando con cierta vanidad los flecos diminutos de que se componía su cuerpo.

Freya, tambaleándose bajo el rudo empujón, intentó aproximarse otra vez á él, enlazarse de nuevo en sus brazos, repetir su beso imperioso. ¡Amor mío!... ¡amor mío!... No pudo seguir. La tremenda mano volvió á repelerla, pero tan violentamente, que fué á dar de cabeza contra los cojines del diván.

Fue condenado a muerte, y llegada la hora tremenda, entró con pie firme y ánimo sereno en la capilla; lugar en que, dudosa de misma, busca la justicia humana complicidad en la divina. Allí le esperaban los tres personajes que ampararon a Luz. Uno representaba la ley: otro mandaba la fuerza armada; el tercero le ayudaría a bien morir.

El drama no había de durar más de catorce o quince minutos, la acción había de ser tan tremenda como rápida, y, salvo los comparsas y personajes mudos, sólo habían de figurar en él seis interlocutores, tres varones y tres hembras, todos los cuales habían de morir de desastrada y violenta muerte en la misma escena.

Aburrido, se había replegado en el fondo del carruaje, mirando distraído el ir y venir de la gente, mientras todas estas ideas se embarullaban en su imaginación. ¡Y cosa rara! así como el ahogado, en su tremenda agonía, ve el desfile, con pasmoso relieve, de los hechos de su vida entera, que pasa ante su mente, con sus alegrías y tristezas, como proyección fantástica de una linterna mágica, Esteven, un ahogado de la suerte, veía ahora su pasado y el camino tortuoso recorrido, tan claramente, como pudiera ver, desde lo alto de una torre, la senda extraviada de la montaña, en pleno día.

Bajo el golpe de la tremenda noticia que acababa de dársele, Beatriz quedó fulminada; había oído las palabras de Calvat, pero al principio no dio distintamente con su sentido; después una luz terrible se hizo en su espíritu y comprendió... Una carta de Pedro estaba en manos de su marido... Y de una mirada advirtió como en un caos sombrío todo lo que podía salir en algunos minutos de los pliegues de aquella misiva: el deshonor, la vergüenza, la perdición, la muerte.

¿Qué sucieder ti? Una cosa tremenda. Estoy que no vivo. Soy tan desgraciada, que si no me amparas me tiro por el viaducto... Como lo oyes. Amri... tirar no. Es que hay compromisos tan grandes, tan grandes, que parece imposible que se pueda salir de ellos. Te lo diré de una vez para que te hagas cargo: necesito un duro...