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Sintiendo, más que viendo, que Gloria me observaba, fui a buscarlo; pero en la taberna se lo di a don Alejandro, diciéndole: Haga el favor de llevar este vaso a Joaquinita. Como diese luego algunas vueltas por delante de las damas, dirigí distraídamente la mirada a los pies de Pepita y observé que traía las botas rotas. Al instante lo advirtió: ¡Qué! ¿Se fija usted en mis botas rotas?

De las fiestas que se celebraron en la ALJAFERÍA con motivo de las coronaciones de las Reinas. Tambien las Reinas podian aspirar en nuestro reino al honor de la coronacion, pero segun advirtió D. Pedro 4.º en sus ordinaciones, debian recibir la corona de mano de sus maridos, y no de ninguna otra, y no podian tomarla tampoco del altar.

Vayan a verle y verán que está lleno de su sangre. Entonces advirtió al conde de Villanera que se había dejado caer en un sillón y lloraba silenciosamente. ¿Ha venido usted al fin? le dijo . ¡Tenía que haberlo hecho antes! ¡Ah, señor conde! ¡Paga usted muy mal sus deudas de amor!

Yo creo que va muerta dijo Obdulia ; ¡qué pálida! ¡qué parada! parece de escayola. Yo creo que va muerta de vergüenza dijo al oído de la Marquesa, Visita. Doña Rufina suspiraba con aires de compasión. Y advirtió: Lo de ir descalza ha sido una barbaridad. Va a estar en cama ocho días con los pies hechos migas.

»En el momento de salir, me advirtió don Santiago que su hijo no había vuelto aún a casa, pero que no tardaría, porque era ya la hora de comer para ellos; le rogué que no le ocultaran que había estado yo allí, y comencé a bajar la escalera. »Al llegar a la meseta del entresuelo, me encontré con Ángel, que subía. Dios, aunque me castigaba, no me dejaba todavía de su mano.

Pero al acercarse a ella y columbrar las famosas torrecillas de ladrillo, Cecilia comenzó a empalidecer, sintió el pecho oprimido y la vista turbada. Doña Paula, que advirtió su indisposición, ordenó al cochero dar la vuelta. ¡Pobre hija! la dijo besándola. ¿Ves cómo no puedes venir? Ya podré, mamá, ya podré respondió tapándose los ojos con una mano.

Al decir estas palabras, advirtió que parecia tieso y henchido una especie de costal muy largo que traía el ermitaño, y vió dentro la palangana de oro guarnecida de piedras preciosas, que habia hurtado. No se atrevió á decirle nada, pero estaba confuso y perplexo.

Se pasó largo tiempo sin ver que la pobre languidecía, y el día que lo advirtió experimentó una viva contrariedad. Su mujer y su hija le adoraban tal como era. Trataba a la duquesa con la misma galantería que al día siguiente de la boda, y hacía saltar a Germana sobre sus rodillas como cuando tenía tres años.

Advirtió que sus señas particulares eran perfectamente conocidas en el pueblo; sólo se equivocaban en creerlo rico, no siendo él, ¡ay! más que una rata de cuartel... Pero, ¿qué le importaba ser pobre si era querido y tenía un glorioso porvenir?... Y, ¿quién podía haber revelado sus señas sino la fiel memoria, el expansivo amor de una mujer que lo quería, y tal vez sin esperanza?... ¡Todos conocían ese amor en el Tandil!

Pero nos quiere mucho advirtió Carraspique. Pero es un loco... haciéndole favor. El Magistral, con buenas palabras, vino a decir lo mismo. «No había que hacer caso de Somoza; era un sectario.