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Di á el Conde que á verla fuí, (Á Martín.)

¿Pero es posible? ¿No fue posible que me dejases sin motivo, queriéndome como decías? ¿De qué te sorprendes? ¿Quién ha buscado a quién? Mientras fui tuya, ¡vergüenza me da recordarlo!, ni siquiera sospechaste el cariño que mi corazón encerraba para ti. Después, suponiendo que era de otro hombre, me has deseado con rabia, con locura, como se desea lo ajeno.

¿Linilla? ¿Linilla te decían? ¡Pues Linilla he de llamarte yo! Siga el cuento.... ¿Cuento? ¡Historia de dolor! Prosigue. Así, de ese modo, fui a la casa del padre; padre ha sido para , y muy tierno y cariñoso. Lo demás ya lo sabes; te lo habrán dicho tus tías....

Era la hija de Lacante, a la que acababa de sorprender en sus devociones de la tarde. Como estaba muy cansado, me fui al hotel y tuve exquisitos sueños de una pureza de arcángel, hasta el punto de hacerme sentir el tener que levantarme de mi mala cama de posada cuando por la mañana tuve que hacerlo para asistir al entierro.

El respondió que así lo haría, y que me recibía no por mozo, sino por hijo. Y así le comencé a servir y adestrar a mi nuevo y viejo amo. Como estuvimos en Salamanca algunos días, paresciéndole a mi amo que no era la ganancia a su contento, determinó irse de allí y, cuando nos hubimos de partir, yo fui a ver a mi madre, y ambos llorando, me dió su bendición y dijo: "Hijo, ya que no te veré más.

Un día fui a visitar a un anciano enfermo, rico propietario, a quien no le quedaba mucho tiempo que vivir. A su cabecera se hallaba su hijo mayor, un hombre de cuarenta años, más o menos, que desde hacía ya mucho tiempo desempeñaba en propiedades extrañas las funciones de administrador, y cuya prometida amenazaba envejecer y consumirse en la espera.

Pero yo conservaba siempre en el oído las últimas palabras de mi padre, y no aceptaba... Sin embargo, la miseria iba a obligarme, cuando un día fui a ver a uno de los amigos de mi padre, un banquero de New-York, M. William Scott, que no me recibió solo; junto a su escritorio estaba sentado un joven: «¡Podéis hablar, me dijo, es mi hijo Richard ScottMiro al joven, él me mira y nos reconocemos... «¡Zuzie! ¡Richard!» y nos tendemos la mano.

Yo fui quien le encontré un viernes por la mañana, de rodillas, delante de la reja de la capilla del Cristo, inclinada la cabeza sobre las barras. Le llamé y no respondió.

¿Veis cuanto decís, marido? -respondió Teresa-. Pues, con todo eso, temo que este condado de mi hija ha de ser su perdición. Vos haced lo que quisiéredes, ora la hagáis duquesa o princesa, pero séos decir que no será ello con voluntad ni consentimiento mío. Siempre, hermano, fui amiga de la igualdad, y no puedo ver entonos sin fundamentos.

Nací para estar arriba, muy arriba. JOAQUÍN. En las estrellas te pondría yo. ISIDORA. Las cosas bajas y fáciles, las pasiones mezquinas no caben en . me habías hecho muchas picardías; pues ahora verás... Yo soy así. La idea de devolverte bien por mal me daba alegría y valor para vencer las dificultades. Fui a mi casa pensando en tus apuros. Yo calculaba, discurría, hacía cuentas.