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Ve a la plaza y merca pan y vino y carne: ¡quebremos el ojo al diablo! Y más, te hago saber, porque te huelgues, que he alquilado otra casa, y en ésta desastrada no hemos de estar más de en cumplimiento el mes. ¡Maldita sea ella y el que en ella puso la primera teja, que con mal en ella entré!

El drama no había de durar más de catorce o quince minutos, la acción había de ser tan tremenda como rápida, y, salvo los comparsas y personajes mudos, sólo habían de figurar en él seis interlocutores, tres varones y tres hembras, todos los cuales habían de morir de desastrada y violenta muerte en la misma escena.

Llegó allí un Mapono con otros de su profesión y á muchos golpes de macana la hicieron pedazos, ultrajándola con cuantos escarnios y afrentas sabe y puede hacer y decir un celo diabólico; pero fué muy á costa de los agresores, porque en breve pagaron con muerte desastrada su delito.

Y movida, poco tiempo después, de sus pasiones y desengaños, y de un muy elocuente sermón que oyó por acaso al Padre Atanasio, en el convento de Capuchinos, abandonó la desastrada vida que hasta entonces había seguido y se volvió a Dios de todas veras.

Cerca de la fuente, en un tablado, la charanga del Maestro Bemoles tocaba una desastrada fantasía del «Baile de Máscaras». La concurrencia era numerosa, pero popular, popularísima: gente humilde, la que acude en tropel a los espectáculos gratuitos.

No pudieron, empero, aquellos piadosos españoles dar su merecido á los bárbaros matadores, porque atormentados éstos de la conciencia y de su pecado, se huyeron por diversas partes, entrándose por los bosques y selvas; mas aunque se libraron de la justa indignación de los españoles, no se pudieron librar de las manos de Dios; porque el primero de los Puyzocas que se atrevió á echar mano del V. Padre por la sotana, pagó dentro de pocos días su temerario atrevimiento con muerte desastrada; los otros murieron consumidos de la peste; bien que el mayor castigo que contra aquella nación fulminó el cielo fué dejarlos en su infidelidad, pues hasta ahora no sabemos que alguno de dicha nación, detestando sus errores, se haya reducido al rebaño de Cristo.

Nosotros mismos no nos atrevemos a pedir que se supriman, porque hay en ellos algo de poético y de nacional, que nos agrada. Nos contentaríamos con ciertas reformas, si fueran posibles. Casi nos contentaríamos con que no muriesen caballos de tan desastrada y fea muerte. En cuanto a los bufos, que, según hemos dicho, tienen hoy más enemigos que los toros, ni reforma ni nada pedimos.

Llevaba una varita en la mano para mostrar las figuras, y una pandereta para acompañarse cuando cantaba villancicos. Tenía dos o tres tonadillas monótonas y unos cuantos versos monorrimos. Entre las figuritas del nacimiento había una mujer desastrada, que sin duda era la bufona. Recuerdo la canción que le dirigía la Curriqui.

Ve a la plaza y merca pan y vino y carne: ¡quebremos el ojo al diablo! Y más te hago saber, porque te huelgues: que he alquilado otra casa y en esta desastrada no hemos de estar más de en cumpliendo el mes. ¡Maldita sea ella y el que en ella puso la primera teja, que con mal en ella entré!