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Puesta en pie y yendo hacia doña Inés, le dijo: no me conoces todavía. Yo no me arrepiento ni cejo. Bueno fuera que creyese el tal señor que yo había tenido un momento de debilidad y que luego me había arrepentido. ¿No adviertes que de ese modo me confesaba yo culpada, si no del delito, del conato? No; yo no soy débil. te has empeñado en creerme cordera, y soy leona.

No os apuréis por eso, amado sobrino díjole doña Inés, tendiéndole su propia copa, después de haber sorbido en ella dos o tres traguitos. Bebiose el joven el resto, y sintió mirando a su bella tía, que un fuego interno le abrasaba, como si el añejo Oporto fuera un filtro de amor.

¡Don Fernando y doña Brianda, primeros duques de Sandoval!... ¡El vizconde Guy de la Ferronière, embajador de S. M. el rey Francisco I ante S. M. el emperador Carlos V!... ¡Doña Inés, condesa de Targes y Cabeza de Vaca!... ¡El duque de Sandoval y de Araya!...

Asunción, que era la mayor, de una hermosura menos picante y graciosa que su hermana, pero más acabada, más interesante, más seria, digámoslo así, en una palabra, mucho más hermosa, se había puesto algunas de las joyas y preseas de Inés.

El bondadoso Pedro alaba esta resolución de su piadosa Inés, y hasta la acompaña parte del camino; y cuando llegan á un río se cumple á la letra el refrán del asno, porque el marido ha de sujetarse á llevar á la mujer á cuestas, y á llevarla de este modo á su costa á los brazos de su amante. AP

No puedo olvidar aquella escena que presencié desde la puerta con otros criados, y voy a referirla. #Nota a pie de página:# Inés, confusa y ruborosa, no contestó nada, cuando el diplomático se fué derecho a ella llevando de la mano a D. Diego, y le dijo: Hija mía, aquí tienes al que te destinamos por esposo: mi sobrino, varón ilustre, a quien veremos general dentro de poco, como siga la guerra.

La muchacha acudió al lado de su madre, y al mismo tiempo Inés, por indicación muda de la condesa, pasó al lado del inglés. Yo estaba asombrado de aquel ir y venir y del incomprensible diálogo de expresivas miradas que las muchachas tenían constantemente, trabado entre .

Don Alonso, caballero de Olmedo, ama á Doña Inés y es amado de ella; pero el padre de ésta quiere casarla con un cierto Don Rodrigo. La intriga camina, pues, natural y favorablemente, cuando el drama se convierte en trágico de improviso, en oposición con su anterior índole.

La estudianta es Inés, hija como usted sabe... dejémonos de misterios... hija de la buena pieza de mi parienta la condesa y de un estudiantillo llamado D. Luis. He querido sacar algún partido de esa infeliz; pero no es posible. Su liviana condición la hace incapaz de toda enmienda. Vale bien poco. ¿Es cierto que la sacó usted de casa? , señora. La saqué para llevarla al lado de su madre.

Todo lo que entonces hubiese hecho en contradicción con los dos proyectos de doña Inés del casamiento de su padre y del monjío de ella, hubiera sido la más audaz rebelión contra la tiranía de la reina absoluta de Villalegre, y a don Paco y a ella los hubiera puesto en peligro de tener que emigrar, como Adán y Eva, expulsados del Paraíso.