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Reponiéndose, no obstante, de la consternación que el tremendo discurso de doña Inés le había causado, y por lo mismo que ella con su feroz acometida le acorralaba y, como suele decirse, le ponía entre la espada y la pared, don Paco habló, al fin, con energía, y dijo de esta suerte: La gente podrá decir lo que le la gana. Yo me río de la gente, porque lo que dice es injusto.

El boticario, que tenía mucha gana de ir a la tertulia, aceptó las condiciones, y siempre que fue se dejó el libre pensamiento en su casa, aunque no pudo dejarse ni quiso cortarse su endiablada y taumatúrgica uña. Durante mucho tiempo fue doña Inés la única señora que en la tertulia había. Parecía aquello un club de caballeros con una señora presidenta.

Asunción, ¿dónde estás? ¿Has muerto ya para y para los demás?... No puedo estar aquí ni un instante más. Me parece que siento la voz de doña María llamándome, y los cabellos se me erizan de espanto. Inés se dirigió a la salida. En el mismo instante oímos ruido de un coche en la calle. Aguardamos, sintiendo que alguien subía, y por fin abriose la puerta de la sala, y apareció lord Gray.

En vano quiso Montiño recobrarse; Luisa se había abalanzado á su cuello por una parte y por otra Inés, alentada por el ejemplo de su madrastra; veía por un lado los negros ojos de Luisa, que le miraban de una manera tentadora, y por otro la dulce é infantil cabeza de Inés que le miraba suplicante.

En suma, el padre Anselmo estuvo muy bien aquel día: censuró el vicio sin censurar al vicio, y no designó ni aludió a nadie. De esto se encargó la maliciosa envidia de las mujeres, excitada con disimulo por doña Inés. Todas hicieron a la emperejilada Juanita blanco de sus insolentes miradas. La consideración del origen ilegítimo de la muchacha vino a corroborar la creencia de que era pecadora.

Vaya, señora doña María, perdón al canto, y todo se acabó. No se meta usted en lo que no le importa, Sr. D. Paco dijo la condesa . Y , Inés, ten entendido que serás perdonada, si las cosas no siguen adelante. Y no digo más sobre el particular. Ya saben ustedes que soy benévola hasta la exageración, tolerante hasta la debilidad.

Juanita contestó riendo: Te encierro para estar segura de tu neutralidad. No te quiero por aliada, sino por testigo. Cállate y mira. Doña Inés, bastante enojada, replicó todavía: Abreme. ¿Tendré que arrepentirme de haberme fiado de ti? ¿Qué burlas son estas? Perdóname, perdóname dijo Juanita con voz suplicante y dulce . eres madrina, mi protectora y yo no quiero ni debo burlarme de ti.

Ello era que, según doña Inés, su padre, desde hacía tiempo, daba frecuentes aunque ligeros indicios de extravagancia y de chochez prematura. Tal era la causa que hallaba doña Inés para la desaparición de don Paco.

Así se comprende, en mi sentir, el amor y celoso cuidado con que doña Inés miraba a Juanita, que era ya para ella lo más ideal de cuanto podía concebir en lo humano.

¿De manera que usted cree que es más ridículo que Inés no acepte a su nieto, suponiendo que no le quiera, pues yo no lo , que casarse con él no queriéndole? Yo no puedo aceptar una situación ridícula ante todo Buenos Aires. ¿Y qué culpa tiene Inés en ello? Es cierto; no tiene ninguna culpa.