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No se puede dar un paso sin que le acosen a uno estas hordas de mendigos. ¡Y algunos son tan insolentes!... 'Toma, toma también'. Como me olvide algún día de traer un bolsillo lleno de cobre, me divierto. ¡Aquí no hay policía, ni beneficencia, ni formas, ni civilización!... Gracias a Dios que he subido el repecho.

Su carácter frío, su ingenio reconocido y el cinismo con que se expresaba logró dominarlas. Hasta el exagerado acento extranjero contribuía a dar más gracia a sus frases insolentes en el fondo y correctas en la forma.

Una hora después atravesaban la brecha, cogidos del brazo, riendo de aquella escapatoria de colegiales traviesos, estrechándose el uno contra otro, turbando con besos ruidosos e insolentes el majestuoso silencio del campo.

Admirados del estraño caso todos los presentes, el general dijo: -Una por una vuestras lágrimas no me dejarán cumplir mi juramento: vivid, hermosa Ana Félix, los años de vida que os tiene determinados el cielo, y lleven la pena de su culpa los insolentes y atrevidos que la cometieron.

Pero no falta quien lo diga por ti. Nunca faltan personas insolentes observó con encantadora altivez. ¿Y quizás sea yo una de ellas? Vuestra Majestad no puede serlo nunca dijo haciéndome cómica reverencia. A no ser que quieras decir... ¿Qué? Que me importa ni poco ni mucho que el Duque se halle aquí o en otra parte añadió picarescamente. A la verdad, hubiera querido ser el Rey en aquel momento.

En suma, el padre Anselmo estuvo muy bien aquel día: censuró el vicio sin censurar al vicio, y no designó ni aludió a nadie. De esto se encargó la maliciosa envidia de las mujeres, excitada con disimulo por doña Inés. Todas hicieron a la emperejilada Juanita blanco de sus insolentes miradas. La consideración del origen ilegítimo de la muchacha vino a corroborar la creencia de que era pecadora.

También había cuchicheos secretos, al oído, entre aquel estrépito; rostros lánguidos, ceños de enamorados celosos, miradas como rayos de pasión.... Entre aquel cinismo aparente de los diálogos, de los roces bruscos, de los tropezones insolentes, de la brutalidad jactanciosa, había flores delicadas, verdadero pudor, ilusiones puras, ensueños amorosos que vivían allí sin conciencia de los miasmas de la miseria.

Hasta sus mismos compañeros de trabajo les hablaban con cierto cuidado. Todo el mundo sabía que ambos habían estado en presidio, que eran insolentes, agresivos y que tanto les importaba sacar las tripas á un hombre como matar una gallina. Sólo Martinán les hablaba con libertad filosófica.

Sus rostros cadavéricos, desencajados, daban miedo: su cuerpo se estremecía con incesante temblor, cual si estuviesen acometidos de terror pánico. En los semblantes de las damas, sonrosados y frescos, se dibujó el miedo y la angustia. El médico sonrió de aquel modo extraño que lo hacía, mirándolas con sus grandes ojos negros, insolentes. No es un cuadro muy agradable, ¿verdad? les dijo.

No hizo el gesto de desagrado de un gobernador de provincia al que dicen que el enemigo ha hecho una incursión en su territorio; demostró el disgusto de un hombre al que un accidente previsto viene a turbar en su felicidad. Germana no pudo repetirle sin un poco de cólera las palabras insolentes de aquella mujer y sus monstruosas pretensiones.