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Actualizado: 2 de junio de 2025


Era un gemido que ensanchaba su intensidad; un triángulo sonoro, con el vértice en el horizonte, que se abría al avanzar, llenando todo el espacio. Luego ya no fué un gemido, fué un bronco estrépito; formado por diversos choques y roces, semejantes al descenso de un tranvía eléctrico por una calle en cuesta, á la carrera de un tren que pasa ante una estación sin detenerse.

Después de varios días de encierro aún no se había amortiguado en él la impresión que le produjo ver por primera vez la iglesia solitaria y cerrada. Sus pasos retumbaban sobre el pavimento, cortado a trechos por los sepulcros de prelados y grandes señores de otros siglos. El silencio del templo muerto se alteraba con extrañas sonoridades y roces misteriosos.

Los contrastes fuertes y picantes de sus ensueños de gloria y de su vida de bastidores con la mezquina prosa de una existencia difícil, llena de los roces ásperos con la necesidad y la miseria, le parecían a Reyes motivos de poética piedad y daban una aureola de martirio a sus ídolos.

Sentados en andamios y teniendo a sus pies el mar, pintaban los costados del buque balanceándose sobre el abismo. Desaparecían rápidamente todos los ultrajes que las olas, el aire salino y los roces en las entradas de los puertos habían inferido al trasatlántico. La pintura se esparcía pródigamente, lo mismo que en el tocador de una coqueta vieja.

Creyó percibir más abajo de su espalda roces insolentes, tocamientos de atrevida curiosidad, disimulados por la aglomeración. Hasta se imaginó sentir en los más recónditos secretos de su cuerpo un hormigueo de sanguinarios invasores, ansiosos de hartarse de carne nueva y rica, que tal vez acababan de abandonar el pellejo de aquellas comadres. Vámonos dijo con angustia y miedo.

La paredes, pintadas de blanco y protegidas en parte por azulejos para evitar roces, estaban enteramente desnudas: ni un trazado, ni un grabado, ¡ni un esquema siquiera de un instrumento de Física!

Estas paredes blancas, que parecían de una sola pieza, podían crujir también con internos roces, uniendo sus crepitaciones y quejidos al concierto de los objetos. Una puerta sin cerrar se movió por unos instantes como un abanico loco, hasta que con un golpe igual a un pistoletazo avisó a los domésticos, que corrieron a asegurarla.

No supo cómo salió de allí. Lo único que pudo recordar fue que el instinto de precaución le dominaba aún, y que al bajar la escalera lo hizo de puntillas, evitando roces, como si fuera un delincuente y temiera ser descubierto. Cuando se vio en la calle sintió un calor insufrible. Ya sabía quién le apretaba con tanta crueldad la garganta.

Jugaban entre ellos, considerándose á cubierto de una mala vecindad en la mesa, de roces con personas sospechosas que resultaban frecuentes en los salones públicos. Para entrar aquí era preciso ofrecer garantías; padrinos que respondiesen de la honorabilidad del presentado. El príncipe conocía bien á esta concurrencia brillante.

Ana veía a Edelmira y a Obdulia, que se había declarado maestra de la niña colorada y fuerte, correr como locas por el bosque de robles seculares perseguidas por Paco Vegallana, Joaquín Orgaz y otros íntimos; veíalas arrojarse intrépidas al pozo que estaba cegado y embutido con hierba seca, y en estas y otras escenas de bucólica picante llenas de alegría, misteriosos gritos, sorpresas, sustos, saltos, roces y contactos, no había encontrado más que una tentación grosera, fuerte al acercarse a ella, al tocarla, pero repugnante de lejos, vista a sangre fría.

Palabra del Dia

irrascible

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