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Según hemos llegado a averiguar, Pepita empleó más de una hora en estas faenas de tocador, que habían de sentirse sólo por los efectos. Después se dio el postrer retoque y vistazo al espejo con satisfacción mal disimulada. Y por último, a eso de las nueve y media, tomando una palmatoria, bajó a la sala donde estaba el Niño Jesús.

Ya iba impacientándose por la tardanza de su señor que acaso no pasase de arrendatario cuando al oír sonar prolongadamente un timbre, se acomodó de nuevo ante el tocador. Pocos segundos después, una doncella levantaba la cortina de la puerta dejando paso y diciendo: El señorito.

El comedor, en el que la abuela y yo estamos como alejadas, y el salón, en el que parecen perdidas las butacas en cuanto estamos solas en él, completan la planta baja. En el piso primero se encuentran todas las alcobas, de dimensiones más ordinarias, gracias al cuarto de tocador de que cada una está provista.

En este momento, los tertulianos, que estaban reunidos junto a la puerta del patio, hicieron calle para dejar entrar a María, a quien el duque conducía por la mano; Stein los seguía. Capítulo XXI María, dirigida en su tocador por los consejos de su patrona, se presentó malísimamente pergeñada.

Bebé se escurre de la cama, va al tocador en la punta de los pies, levanta el sable despacio, para que no haga ruido... Y ¿qué hace, qué hace Bebé? ¡va riéndose, va riéndose el pícaro! hasta que llega a la almohada de Raúl, y le pone el sable dorado en la almohada. La última página La Edad de Oro se despide hoy con pena de sus amigos.

Sobre el tocador del doctor había encontrado hacía tiempo un frasco de esencia, y había perfumado su pañuelo, que guardaba como si fuese un objeto precioso, y cuyo perfume saboreaba como saborea un borracho el aroma del vino. Además de las tres estancias habitadas, había en el piso superior otra más, completamente desierta y con una ventana italiana que abarcaba casi por completo la pared.

¡Ahí le tienes! dijo el señorito a su aperador, señalándole al guitarrista. El señó Pacorro, alias el Águila, el primer tocador del mundo. ¡El Guerra, matando toros, y mi amigo con la guitarra!... ¡el disloque!

A la derecha, cerca del balcón, estaba el tocador, mueble precioso, pero muy usado. Había pertenecido a una casa grande que liquidó por quiebra. Un escritorio pequeño con gavetillas y algún secreto ocupaba uno de los lados de la puerta, quedando el otro para la cómoda.

Los periódicos publicaron largas columnas con la lista de los objetos como si se tratase de una liquidación. «Señores de L *: neceser de viaje en piel de Rusia guarnecido de plata. Señor de C *: juego de tocador en cristal de Bohemia. Marqueses de H *: bandeja de plata repujada.

Un fulgor breve, brillante, vaciló de improviso a través del cuarto, bailando por las paredes, vagando en reflejos amarillentos sobre el escritorio, e hizo brotar de la obscuridad, como un espectro agazapado, la mesa de tocador cubierta de blanco. El doctor había encendido un fósforo y buscaba la pequeña lámpara de pantalla verde que iluminó las noches sin sueño de Olga.