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Había estado al principio de la guerra en otro buque que iba de Londres á Nueva York, y recordaba las noches de inquietud, los días de ansiosa vigilancia espiando el mar y la atmósfera, temiendo de un momento á otro la aparición de un periscopio sobre las aguas ó el aviso eléctrico de un vapor torpedeado por los submarinos. En este mar se podía vivir tranquilamente, como en tiempos de paz.

El corazon tiene indudablemente su fluido eléctrico, y sólo así se explica el que yo me sintiese atraido, invenciblemente atraido, por una corriente magnética. Esto de la corriente magnética es un cálculo mio; pero algo ha de ser, y yo echo las cargas al magnetismo. Me fijé más, y aquella mujer me pareció de un aire distinguido: es decir, me pareció lo que se llama generalmente una señorita.

Al cruzar a su lado dirige una mirada distraída al fondo, y chocan sus ojos con otros grandes y lucientes. Siente un estremecimiento eléctrico, vuelve la cabeza con presteza, pero sólo percibe ya la trasera de la silla que se aleja. Tira de las riendas al caballo y la sigue: a los pocos momentos se detiene avergonzado y prosigue su marcha. ¿Sería Fernanda?

Por fin llegué a bordo, guiado por una luz eléctrica, colocada sobre el puente... Así que subí, el oficial de guardia me llamó y me mostró el cuadro más original que es posible concebir. Al pie del buque y sobre la ribera, hormigueaba una muchedumbre confusa y negra, iluminada por las ondas del fanal eléctrico.

De la oprimida garganta del desdichado joven salía un gemido, estertor de asfixia. Sus ojos reventones se clavaban en su verdugo con un centelleo eléctrico de ojos de gato rabioso y moribundo.

Estos hombres, estos mártires de la historia, estos santos de la conciencia, estos sacrificios sagrados de donde saca el mundo su fuerza mejor, debian tener bastante con su culto, como el alambique que contiene un fluido eléctrico, tiene bastante con aquel fluido.

Y si entonces no se creyó que iba a surgir de enmedio de la triunfante humanidad un ser exquisito y perfecto a quien llamásemos el superhombre, menos razón hay de creerlo ahora porque Renán escriba la novela sentimental titulada Vida de Jesús, porque haya ferrocarriles y alumbrado eléctrico, y porque se inventen las máquinas de coser y las bicicletas.

«Siéntese, Sr. D. José, y no se excite tanto. Hay que llevar estas cosas con paciencia». ¡Con paciencia, con paciencia! exclamó Ido, que en su estado eléctrico repetía siempre la última frase que se le decía, como si la mascase, a pesar de no tener muelas. , hombre; estos tragos no hay más remedio que irlos pasando. Amargan un poco; pero al fin el hombre, como dijo el otro, se va jaciendo.

Miró estas cosas Ido con estupor famélico, no bien disimulado por la cortesía, y le entró una risa nerviosa, señal de hallarse próximo a la plenitud de aquel estado que llamaba eléctrico. La Delfina se volvió a sentar junto a su marido y miraba entre espantada y compasiva al desgraciado D. José.

Una ligera tos le hizo volver la cabeza, y vio junto a él, apoyada en la baranda, a Mrs. Power, su vecina del comedor. Un tul verde cubría la desnudez de su escote. Llevábase a la boca el cabo dorado de un cigarrillo, y un surtidor de humo partía de sus labios, tomando reflejos de iris bajo el resplandor eléctrico antes de perderse en la obscuridad.