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Actualizado: 20 de mayo de 2025
«Siéntese, Sr. D. José, y no se excite tanto. Hay que llevar estas cosas con paciencia». ¡Con paciencia, con paciencia! exclamó Ido, que en su estado eléctrico repetía siempre la última frase que se le decía, como si la mascase, a pesar de no tener muelas. Sí, hombre; estos tragos no hay más remedio que irlos pasando. Amargan un poco; pero al fin el hombre, como dijo el otro, se va jaciendo.
¡Se va jaciendo! ¿Y el honor, señor de Santa Cruz?... Y otra vez hincaba la barba en el pecho, mirando con los ojos medio escondidos en el casco, y cerrándolos de súbito, como los toros que bajan el testuz para acometer. Las carúnculas del cuello se le inyectaban de tal modo, que casi eclipsaban el rojo de la corbata.
Apenas güerve del trabajo, ya está pluma en mano jaciendo palotes. Salvatierra se aproximó al Maestrico, y éste volvió la cabeza para mirarle, suspendiendo un instante su tarea. Expresábase con cierta amargura al explicar su deseo de instruirse, quitando horas a su sueño y su descanso.
Por lo pronto, repara bien lo que yo vaya jaciendo, y ten la caridad de ayudarme cuando te lo pida. Dicho lo cual, se dirigió a la alacena que estaba cerca de la ventana y en la misma pared, y la abrió con una de las llaves encadenadas en un llavero que sacó, pujando mucho, de un bolsillo interior de su chaleco. La alacena era de poco fondo, y no tenía más que una balda a la mitad de su altura.
Palabra del Dia
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