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Se sorprendió un poco el español al ver entrar á Torrebianca vestido con un traje negro de ciudad y una corbata de luto, pero todo cubierto de polvo, de tal modo que sus ropas parecían grises y su cabeza y sus bigotes completamente blancos. Vengo de Fuerte Sarmiento, de enterrar al pobre Pirovani... Me ha traído Moreno en su coche. Le invitó Robledo á sentarse á la mesa.

Consistía en falda oscura y pañuelo color crema de seda atado a la cintura, como lo gastan las artesanas en mi país, y otro pequeñito de batista anudado a la garganta a guisa de corbata. De joven habría sido una mujer muy linda, aunque sin la gracia que caracterizaba a su hija, con quien guardaba cierto parecido, que más bien debiera llamarse aire de familia. El conjunto no era simpático.

La de Jáuregui se puso su visita adornada con abalorio, y doña Silvia se presentó con pañuelo de Manila, lo que no agradó mucho a la viuda, porque parecía boda de pueblo. Torquemada fue muy majo; llevaba el hongo nuevo, el cuello de la camisa algo sucio, corbata negra deshilachada y en ella un alfiler con magnífica perla que había sido de la marquesa de Casa-Bojío.

Volviéndose hacia el espejo para ponerse la corbata, prosiguió diciendo: «Es que parece que hacen las cosas a propósito para molestarme, para que rabie... Y no eres sola... mi tía también. Se han propuesto sin duda hacerme perder la salud».

Traía el sombrero puesto, y lo primero que se veía de su persona era el reluciente alfiler de la corbata, y las botas de caña clara, atrevidas, cortas, un tanto manolescas.

Apareció doña Sol, sosteniendo en una mano la negra amazona y mostrando por debajo de ella las cañas de sus altas botas de cuero gris. Llevaba camisa de hombre con corbata roja, chaquetilla y chaleco de terciopelo violeta, y graciosamente ladeado el sombrero calañés de terciopelo sobre los bucles de su cabellera.

En cuanto estuvimos instaladas en su saloncillo, Genoveva me puso en la mano las cartas en cuestión, y después, quitándome prestamente la corbata, me puso al cuello un delicioso lazo, obra maestra de sus primorosos dedos. Es mi aguinaldo me dijo, abrazándome con todo su corazón. Te deseo un buen año y... un alma hermana...

Pepita fue por un peine y le alisó con amor los cabellos, besándoselos después. Pepita le hizo mejor el lazo de la corbata. Adiós, dueño amado le dijo . Adiós, dulce rey de mi alma. Yo se lo diré todo a tu padre, si no quieres atreverte.

Vestía traje oscuro, cuyo chaquetón, muy abrochado, sólo dejaba ver el cuello de la camisa: la pechera desaparecía tras una corbata negra y ancha hecha dos nudos; toda su ropa era ordinaria, pero nueva; llevaba las botas blancuzcas por el poco betún o el mucho roze, y de uno de los bolsillos del chaquetón pendía la borlita de un gorrito de pana.

Porque, vean ustedes lo que es terrible en la vejez: cada año atrofia un nervio más en nosotros; y, cuando estamos por llegar a los cincuenta años, el trabajo y el reposo nos son igualmente mortíferos. Entonces estaban de moda las corbatas de color punzó; yo usaba, por lo tanto, una corbata punzó; usaba también zapatos puntiagudos, e hice poner forros de seda a mis trajes.