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Actualizado: 22 de noviembre de 2025
Catalina, la genovesa, avisó una vez más que la comida se pasaba. ¿Y ese Quilito? ¿qué hace ese muchacho? Iré yo a llamarle dijo la señora. Salió y subió a las habitaciones altas, donde encontró al niño de la casa, a medio vestir todavía, plantado delante del armario de luna, a tirones con la corbata, que no conseguía poner a su gusto. Pero, ¡Quilito! dijo la señora en la puerta, ¿acabarás?
Cuando vio que no conseguía nada por las malas, se puso a hacerme caricias... ¡Anda, Carmelita, monina, ponme la corbata... te he de dar un dulce de los de la mesa... Yo le decía: ¿El que te toque a ti? Sí, sí, el que me toque a mí... ¡Oh, qué malo! ¡No sabe V., señorita, las monerías que hizo para sacármela! ¡Pobre Chuchú! ¿Por qué no se la ha puesto V.?
Vestía traje de fiesta en todo tiempo: sus pantalones eran de terciopelo azul, la faja y el lazo que le servía de corbata de encendido rojo, y por encima de esta última prenda ostentaba un pañolito femenil arrollado al cuello, con la bordada punta por delante.
Por más que hice para hacerlos comprender que la operación que había yo llevado a cabo era en realidad muy sencilla, se obstinaron en traerme, casi a la fuerza, a este palacio, en donde tienen su morada los hombres más eminentes de la tierra... En efecto, vea usted: aquel caballero del sombrero alto y la corbata amarilla es el Gran Khan de la China; el otro, que se pasea con las manos detrás de la espalda, es López, el famoso ingeniero López, quien logró construir el puente entre la tierra y el sol, obra reputada durante mucho tiempo como impracticable.
El patrón de la calle del Pez... Me quitó el baúl con la ropa, me arrancó la levita que llevaba puesta, el sombrero, la corbata... y después de darme unas cuantas bofetadas, me echó a la calle a las diez de la noche... Dijo esto con la misma calma que si hablase de otro. Miguel le miró estupefacto. ¿Y tú qué has hecho? Venir aquí.
Gracias que saliese de allí una corbata para Paquito y otra para el excelso pescuezo del ratoncito Pérez.
Había nacido en la Quinta Avenida de Nueva York, hijo de un famoso banquero; pero la familia estaba arruinada. Usted, señor, es de los más distinguidos de a bordo, y por esto hablo con usted... Pero no llega ni con mucho a míster Power. Le falta algo. Usted lleva la corbata de un color y el pañuelo de otro. Mi país es el único dónde el hombre puede llamarse elegante.
Maltrana se fijó en su camisa de tela burda, que asomaba el cuello por encima de varias vueltas de una corbata obscura. El punto negro y bullidor de un parásito movíase entre el borde del lienzo y la piel rojiza de su cuello. No necesito más allá de un real para vivir continuó el devoto con cierto orgullo . Nunca he comprado un periódico, ni sé lo que es tener una caja de cerillas.
Con sus alpargatas blancas, la camisa sin corbata y el sombrero echado atrás, entraba en cafés y sociedades, siendo recibido con grandes extremos de amistad. En el Casino le admiraban los señores al ver cómo sacaba tranquilamente de sus bolsillos los billetes de Banco a puñados.
Y ella, que era asaz descuidada en renovar sus vestidos, gustaba extremadamente de que su cuñado vistiese a la última moda; no consentía por ningún concepto, que anduviese un día siquiera con una bota picada o con la corbata sucia. Gozaba en verle salir con algún nuevo traje elegante.
Palabra del Dia
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