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Actualizado: 22 de julio de 2025
Es decir, que producía un promedio anual de unas noventa mil libras. Desde hacía más de dos siglos todos los primogénitos de la familia habían sabido llevar la corbata blanca con tanta desenvoltura como llevan los cuervos sus mejores plumas negras, los borrachos su amoratada nariz, o los poetas sus raídas vestimentas.
Era un hombre de cara larga, calvo, barba entera, cuello muy alto, levita negra y un elegante moño de corbata. El adorno que tenía sobre la pechera de su camisa, era un tanto peculiar, pues parecía una pequeña cruz de alguna orden extranjera de caballería, y producía más bien un efecto delicado y novedoso.
En otra galería del mismo pasaje, nos dimos de cara con otro rótulo que promete tres platos fuertes, vino de Burdeos y sorbete al fin, todo por tres francos. Subimos al piso principal; al entrar nos dieron una contraseña, y á poco se presenta un garçon con frac negro y corbata blanca.
Pero el que se quiera hacer de un criado un estado ceremonial; que se quiera hacer de la servidumbre una carta aristocrática; que de un restaurant se pretenda hacer un centro de etiqueta, etiqueta que por respetos tradicionales se sufre hoy difícilmente en una recepcion de embajadores: en menos palabras, que del acto simple y neto de comer en una casa pública, se pretenda hacer una especie de besamanos palaciego, es una cosa que me repugna y me entristece. ¿No tenemos bastante todavía? ¿Queremos añadir el privilegio del frac y la corbata en el servicio de una fonda?
El herido, siguiendo con su mirada nebulosa las manos que le martirizaban, vio unas mangas negras, luego una corbata, un cuello de camisa distinto al que usaban los isleños, y encima de todo esto una cara con bigote cano, una cara que había visto otras veces en los caminos, pero no podía asimilar ahora al recuerdo de un hombre. Poco a poco fue reconociéndolo.
Ya... ya... voy... no si... ya voy.... Y sujetó bien los guantes, y se arregló el lazo de la corbata, y se aseguró de que el pañuelo estaba en su sitio, y... también pasó dos dedos por la tirilla de la camisola.
Y cuidado, que no soy yo el que niega á un criado, ni á nadie, el derecho que tiene de emplear su dinero como mejor lo entienda, comprándose frac verde ó azul, y una corbata negra ó amarilla.
Aquella noche, pues, no hizo la menor observación sobre el traje de don Braulio; pero no por eso dejó de anudarle con gracia el lazo de la corbata, ni de alisarle el pelo, ponerle pomada y peinarle lo mejor que supo. Los tres tomaron un cochecito con bigotera y se fueron a los Jardines. En el camino decía don Braulio: Me parece, y lo siento, que se van ustedes a fastidiar. No tenemos amigos.
Para templarla y producir una iluminación suave y normal, Clementina hacía colocar dos candelabros con numerosas bujías a los extremos de la mesa. Todas las señoras estaban más o menos descotadas: alguna, como Pepa Frías, escandalosamente. Los caballeros, de frac y corbata blanca. La conversación fué en los primeros momentos particular: cada cual hablaba con su vecino.
El traje me incomoda en las escotaduras; los zapatos me aprietan los dedos; hace treinta años que los dedos de los pies se me hinchan... los grogs de Pütz tienen la culpa. La camisa está más dura que una tabla, la corbata me estrangula. ¡Es atroz!
Palabra del Dia
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