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Recogida del Cristianismo y el Progreso, Reflexiones. La mujer vestida de negro. Restaurant de Vefour. Mr. Guizot. Un ataque imprevisto. Banco de Francia. Mi querido lector, aquí nos tienes con el moco caido á mi mujer y á .

Ibamos por el ángulo del Norte, y al fulgor de las luces de un café, denominado de las Arcadas, vi escrito en una esquina restaurant Champeaux.

No podían ser más sencillas sus costumbres: habitaba un cuartito bajo detrás de la tienda en compañía del mancebo y una cocinera vieja que arreglaba sus fugaces refacciones: dos o tres veces por semana comía en casa de Rivera, y una que otra se autorizaba el lujo de entrar en un restaurant y engullirse un cubierto de diez reales; jamás iba al teatro, pero tenía dos pasiones decididas, los toros y los sermones, las cuales procuraba ocultar porque entendía que la primera era una flaqueza, y dejar ver la segunda acusaba vanidad o jactancia.

Lesperut. Anatomía de la vejez. Restaurant de la calle de Montesquieu. Elemento sajon. Elemento árabe. Restaurant de San Jacobo. Historia de un magnate francés. Pesares de Lesperut. Proyecto de visitar á Sevres y Versalles. Lo primero que hemos hecho al despertamos, ha sido hablar del viejo Lesperut. Su memoria nos preocupa extraordinariamente.

¿Qué? ¿Estás triste porque no comemos juntos? Mario sonrió avergonzado. Bien, pues volvámonos. Pero nada más que hoy, ¿sabes? La alegría entró de nuevo como un torrente en el alma de nuestro joven. Volvieron sobre sus pasos, entraron en el restaurant y pidieron un gabinete. ¡Qué hermosas y puras emociones experimentaron en aquella comida! Mario parecía un colegial escapado.

Al día siguiente hizo averiguaciones para conocer con exactitud lo ocurrido; y los calaverillas de la Bolsa, que sabían lo de la riña, le enteraron con una exactitud cruel. Quien había aporreado a su hermano era Roberto del Campo. Los dos cenaron en un restaurant para conmemorar los buenos golpes que habían dado en la ruleta del Sportsman Club.

A pesar de la prevencion con que vivo, estoy seguro de que el famoso restaurant Champeaux no es otra cosa que el primer hilo de toda una red.

Perdió aquel refugio de sus horas desocupadas que eran muchas, y anduvo como alma en pena vagando de café en café hasta que al cabo de algunos años tropezó con don Santos Barinaga en el Restaurant y café de la Paz, donde todas las noches el enemigo implacable del Magistral se preparaba a mal morir bebiendo un cognac con honores de espíritu de vino. Entablaron amistad que llegó a ser íntima.

A la última había renunciado; no a la primera, que seguía adorando con el mismo pudibundo y candoroso culto de los treinta años. Ni un solo vetustense, aun contando a los librepensadores que en cierto restaurant comían de carne el Viernes Santo, ni uno solo se hubiera atrevido a dudar de la castidad casi secular de don Cayetano. No era eso.

Salimos muy temprano en busca de algun restaurant que nos acomode, bajo el doble aspecto de estómago y bolsillo. Es indudable que lo hay; ¿qué no hay aquí? , lo hay, digo yo á mi mujer; pero mi mujer me contesta: ¿dónde está? De esto se trata. No distábamos treinta pasos de nuestro hotel, cuando oigo que me llamaban. Era una pobre muy anciana, á quien habian tirado un sueldo desde un balcon.