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Actualizado: 11 de junio de 2025
Ibamos por el ángulo del Norte, y al fulgor de las luces de un café, denominado de las Arcadas, vi escrito en una esquina restaurant Champeaux.
A pesar de la prevencion con que vivo, estoy seguro de que el famoso restaurant Champeaux no es otra cosa que el primer hilo de toda una red.
Yo quise hacer señas á mi mujer de que se levantara, á fin de abandonar el restaurant Champeaux; pero no era tiempo. Los caballeros garçones nos habian sitiado, y no habia más remedio que sostener el sitio. Pero ¿por qué queria yo abandonar el brillante salon, aquella brillante coquetería del civilizado Paris? Lo queria abandonar por dos razones.
La señora del hotel me envia á un criado con el objeto de decirme que el gabinete me cuesta siete francos todos los dias. Esto me hace ver que hay muchos Champeaux en Paris. Es una cosa que raya en prodigio el talento con que está dispuesta esta sociedad, para que el extranjero se vuelva á su casa sin un cuarto.
En cambio el buen Champeaux se saborearia regaladamente con la memoria de mis pobres francos. Tengo la costumbre de levantarme muy temprano, siguiendo el prudente consejo de Franklin. Hoy es dia excepcional; me levanto á las ocho dadas.
Mi mujer me dijo: lo que nos han puesto no vale diez francos. Hazme el favor de no volver á entrar en ninguna fonda, ni restaurant, ni almacen, ni aún taberna que huela á cosa de Champeaux. Yo medité un momento camino de casa, y dije á mi mujer: No es Paris el bárbaro: los bárbaros somos nosotros.
No quisiéramos un restaurant tan cerca del de Champeaux; pero allí entra multitud de personas, se titula Establecimiento de caldo, y hemos resuelto hacer una nueva experiencia.
Una ventaja tiene esta hipocresía maliciosa de Paris: el rico deja en todas partes una porcion de lo que le sobra. Ya sabe el lector las dos razones que tenia para querer salirme del restaurant Champeaux. Una razon era de hacienda, porque sabia que aquello era un juego de cubiletes, que se trataba de escamotear, y que mi humildísimo y trabajadísimo bolsillo iba á ser el escamoteado.
Sillas de tapicería de terciopelo encarnado, como el papel, mesas lustrosas, manteles blanquísimos, platos de china, vajilla de plata, garçones de corbata blanca y frac negro.... ¡Champeaux! ¡Champeaux! Esta fué la terrible palabra que acudió á mi magín, haciéndome temblar.
Comimos luego en un lujoso y aéreo Restaurant, situado en la Plaza de la Bolsa, cuyo dueño se llama como jamás olvidaré, Champeaux. Ignoro si este nombre puede tener para los oídos franceses alguna poesía; pero sé muy bien que es un nombre célebre, prosáica y dolorosamente célebre para mi afligido bolsillo, como verá el lector en el PARIS CURIOSO.
Palabra del Dia
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