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Y ¡cosa rara! entre las más humildes lápidas hallamos la de una Princesa Mandalfa ó Mafalda, hija de Alonso VIII, más célebre como muerta que como viva, ó sea más famosa como estatua que como mujer, á lo menos para , que ni siquiera recordaba haber leído antes su dudoso nombre..... Hoy, empero, he vuelto á registrar la Historia, y ya, y no olvidaré nunca, lo mismo que dice el epitafio; esto es: que la tal Princesa murió «por casar», ó, hablando menos equívocamente, soltera.

De aquí en adelante ya no existe el amor terrenal entre nosotros; sólo queda una amistad pura y suavísima, amándonos en el sagrado corazón de Jesús. No te olvidaré en mis pobres oraciones. Olvídame cuanto te sea posible. Eres bueno, eres noble, hermoso y rico; busca una mujer que te merezca más que yo te merecía, y cásate y feliz. Yo rogaré siempre por vosotros. Adiós. María

Pero yo jamás olvidaré que aquella noche, al oír el estertor de un hombre invisible, el horrible maullar de cien felinos y los acentos de terror de un pobre indio, la sangre se heló dentro de mis venas, erizáronse mis cabellos, se estremeció todo mi cuerpo, y lo confieso !tuve miedo!

La tarde era espléndida, una linda tarde de otoño, fresca y luminosa. Hormigueaba la multitud en la ancha calle; puertas y ventanas estaban cuajadas de muchachas bonitas, y era aquello un conjunto de gentes festivas y alegres, tan pintoresco y hermoso, que no le olvidaré jamás. Unas que iban bulliciosas y parlanchinas; otras, que volvían cansadas, arrepentidas, cargando el cesto de la comida.

De aquí nace que los antiguos usaran mucho los jambos, y á nosotros nos estarán bien las redondillas; y si alguno quisiere hacer comedias en prosa, no le condenaré por ello, porque en la verdad las hará verosímiles más, aunque menos deleitosas: yo, á lo menos, soy tan aficionado á la buena imitación, que por ella olvidaré de buena gana el deleite del metro

Con una mano tomaba las cartas y con otra rechazaba la tarjeta que el español le presentaba. Vuestro nombre está grabado aquí dijo el alemán poniendo la mano en el corazón . ¡Ah! No lo olvidaré en mi vida. Es el del corazón más noble, el del alma más elevada y generosa, el del mejor de los mortales. Con ese sobrescrito repuso don Carlos sonriendo , vuestras cartas podrían no llegar a mis manos.

¡Se lo agradecería a usted en el alma, madre Larín; no lo olvidaré en toda mi vida! gimió Currita . Porque no crea usted que en el asunto de mi pobre Lilí faltarán dificultades... Fernandito es muy bueno; pero al cabo, como hombre que es, no tiene la piedad de nosotras las mujeres, y verá la cosa de manera muy distinta.

La mía era muy alegre, y no se la cederé a nadie. ¡Eso no! ¡Tonterías! Yo reconoceré a la mía por la voz: creo que no olvidaré sus gritos hasta el nacimiento de Jesucristo. Yo reconoceré a la mía por sus uñas. Y yo a la mía por el perfume delicioso de sus cabellos. PABLO EMILIO. Y yo a la mía por la dulzura y la belleza de su alma. ¡, señores romanos!

Y puesto ya a citar bellezas de pormenor, no olvidaré el paso de la hoz, donde el diálogo supera a la descripción, con ser la descripción tan buena; y los capítulos de presentación de los diversos personajes, especialmente aquel en que se describe la casa y modo de vivir de los Peñarrubias; el maquiavélico diálogo en que don Sotero va persuadiendo a su sobrino a que intente la deshonra de Águeda, y, finalmente, cuanto dice y hace Macabeo, a quien mi amigo Clarín ha llegado a comparar nada menos que con el Renzo manzoniano.

La vista diaria de esa mujer y el oír cantar sus alabanzas de continuo, hasta al padre vicario, me tienen preocupado; divierten mi espíritu hacia lo profano y le alejan de su debido recogimiento; pero no, yo no amo a Pepita todavía. Me iré y la olvidaré. Mientras aquí permanezca, combatiré con valor. Combatiré con Dios para vencerle por el amor y el rendimiento.