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Capítulo VIII Lo que en éste sucede, mejor es para sentido que para escrito Durante cuatro noches se hablaron de balcón a balcón. A la quinta descargó sobre la ciudad una tempestad horrible, y hubieron de suspender el diálogo.

Este apacible diálogo encubría en Baltasar tempestuosos pensamientos; pero como no carecía de penetración y sabía que la muchacha era honrada, y orgullosa, y vivía de su trabajo, comprendió que no debía tratarla como a cualquier criatura abyecta, sino empezar mostrándole cierta deferencia y aun respeto, género de adulación a que es más sensible todavía la mujer del pueblo que la dama de alto copete, habituada ya a que todos le manifiesten cortesía y miramientos.

La desenfrenada fantasía del poeta le impide caminar por el cauce, que puede acercarlo á la verdad ó á la verosimilitud; sobrepónese á todo escrúpulo para ofrecer una situación interesante ó de efecto, ó un diálogo brillante; por lo demás, se le importa poco que la acción siga sus pasos regulares, ó que sean ó no constantes los caracteres de sus personajes.

Señora... Y aquí se atascó el diálogo, porque la santa no se atrevía a pasar adelante. Pero quiso Dios que la misma esfinge le abriese camino diciéndole: «Yo conocía a usted de vista y de fama; pero nunca había tenido el gusto de hablarle... Es usted una santa, y cuando se muera, la canonizaremos y la pondremos en los altares».

Ahí tiene usted un hombre cuyo padre fue mozo de mulas en la dehesa que mi suegro tenía en Extremadura. No sabía... dijo D. Alonso . Aunque hombre obscuro, yo creí que el Príncipe de la Paz pertenecía a una familia de hidalgos, de escasa fortuna, pero de buenos principios». Así continuó el diálogo, el Sr.

Cállate la boca, bobón, y no me denuncies, que te traerá peor cuenta... No siguió este diálogo, que prometía dar mucho juego, porque del salón llamaron a Moreno con enérgica insistencia. Oíase desde el gabinete rumor de un hablar vivo, y la mezclada agitación de varias voces, entre las cuales se distinguían claramente las de Juan, Villalonga y Zalamero, que acababan de entrar.

Verdad es que el escritor dramático que vive en Paris, que estudia la sociedad y la traduce en la escena, no encuentra á todas horas nobles tipos que retratar ... pero de todos modos las formas del diálogo, el público español, el público ingles, no las puede aceptar nunca. En España comprendemos de otro modo el teatro, será sin duda porque nuestra familia es otra.

El Magistral tuvo que quedarse con Ripamilán, don Víctor, el gobernador, Benítez y otros señores graves. Benítez era joven, pero prefería hacer la digestión sentado y fumando un buen cigarro. Don Víctor se acercó al médico, en el hueco de un balcón y De Pas pudo oír el diálogo que entablaron. ¡Oh! no puede figurarse usted cuánto le debo. ¿A , don Víctor?

No poco después, cuando por la noche se halla al lado de ella, oye una serenata delante de su ventana; la reconviene; entabla con ella un diálogo animado, y, presa de su pasión, se estima autorizado á romper su sigilo respecto á Don Jerónimo.

¡Ah!... ¡Soy una monada!... contestó éste riendo de nuevo como lo había hecho durante todo el diálogo sostenido con su amigo de la infancia Ricardo Merrick, cuyo estado moral combatía desde algunos meses, como combatía también el de otro amigo, Lorenzo Fraga, con quien conservaba desde la escuela un hondo afecto, realmente fraternal.