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Mas a pesar de esto, el doctor puso muy mala cara, pronosticando que la debilidad cerebral y nerviosa acabaría pronto con el enfermo. Por más que este se envalentonó, no pudo levantarse y las fuerzas le iban faltando. Carecía en absoluto de apetito.

Su marido, hábil artista aún, carecía completamente de carácter para hacer una fortuna. Por lo cual, mientras el joyero trabajaba doblado sobre sus pinzas, ella, de codos, sostenía sobre su marido una lenta y pesada mirada, para arrancarse luego bruscamente y seguir con la vista tras los vidrios al transeunte de posición que podía haber sido su marido.

Tenía la Benina voz dulce, modos hasta cierto punto finos y de buena educación, y su rostro moreno no carecía de cierta gracia interesante que, manoseada ya por la vejez, era una gracia borrosa y apenas perceptible. Más de la mitad de la dentadura conservaba. Sus ojos, grandes y obscuros, apenas tenían el ribete rojo que imponen la edad y los fríos matinales.

El defensor de éste era un abogado de experiencia e inteligente, pero que carecía en absoluto de las dotes oratorias de su contrincante. Tenía palabra abundante, pero era monótona, pesada, más a propósito para dilucidar algún punto oscuro en un expediente civil que para arrastrar el espíritu del tribunal y del público.

Por otra parte, yo soy muy imparcial, y cuando hay disculpa, la hallo aunque sea contra . Mi pretensión pecaba de extemporánea, era harto sospechosa y carecía de documentos fehacientes en que fundarse.

Me dijo que era preciso defenderse... Pero ¿cómo voy á defenderme si es verdad que he autorizado con mi firma esos informes sobre negocios que no conozco?... Yo no mentir. Robledo intentó en vano infundirle confianza, como en la noche anterior. Su optimismo carecía ya de fuerzas para rehacerse. También mi mujer cree, como , que esto puede arreglarse.

A la cólera sucedió el desaliento. ¿Qué iba a hacer? ¿adónde ir?... Sentíase más infeliz, más débil que meses antes, cuando vagaba sin hogar, pasando las noches en una redacción. Ya no tenía como recurso aquel camastro de la calle de los Artistas. Además, carecía del valor que da el ser solo para hacer frente a la miseria.

Las mismas imaginaciones, las mismas ideas acudían al alma de los dos, aunque no se veían ni se hablaban. Se sentían rebajados y humillados. Eran juguetes de la casualidad. La voluntad de ellos carecía de firmeza. ¿Había sido ensueño infantil el amor que se tuvieron? ¿Había sido burla ridícula el juramento que se hicieron repetidas veces?

Tiene allá a su doncella, la Filomena. Sabel también ayuda para cuanto se precise. Julián no contestó. Sus reflexiones valían más para calladas que para dichas. Era una monstruosidad que Sabel asistiese a la legítima esposa; pero si no se le ocurría al marido, ¿quién tenía valor para insinuárselo? Por otra parte, Sabel, en realidad, no carecía de experiencia doméstica, ni dejaría de ser útil.

Todas las cosas pertenecientes a la señorita Nancy eran de una limpieza y de una pureza delicadas: ni un solo pliegue dejaba de tener su razón de ser; ni la más pequeña pieza de sus ropas carecía de la blancura que se supondría debía tener; hasta los alfileres de su almohadilla estaban clavados según un modelo de que tenía la prolijidad de no apartarse; y, en cuanto a su misma persona, daba la idea de una elegancia tan invariable y exquisita como la de un pequeño pájaro.