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Además, podía llegar el marido y le sería difícil explicar su presencia allí, cuando momentos antes había hablado con él en su propia vivienda. Es poca cosa lo que quiero decir á tu patrona... Será mejor que se asome á la ventana de su dormitorio. Cerró la mestiza la puerta, y Robledo avanzó por la galería exterior, pasando ante diversas ventanas.

Como á Robledo no le interesaba la maligna conversación de las dos señoras, y menos aún el talento poético de la dueña de la casa, aprovechó un momento en que ésta le volvía la espalda para saludar á sus admiradores, y pasó al gabinete donde había estado antes.

Robledo puso cara de espanto al oir tales disparates, pero la condesa no estaba para reparar en escrúpulos geográficos. Cuando me haya contado todas sus hazañas continuó , escribiré un poema épico, de carácter moderno, relatando en verso las aventuras de su vida. A , los hombres sólo me interesan cuando son héroes... Y otra vez Robledo puso cara de asombro.

Fué tal la sorpresa de la mujer, que apartó sus labios del licor, mirando á Robledo con ojos desmesuradamente abiertos. Desde que le hablar dijo tuve el presentimiento de que usted me conocía. Maquinalmente dejó la copa sobre la mesa. Luego se arrepintió, apresurándose á beberla de golpe. Pero ¿quién es usted?... ¿Quién eres?... ¿quién eres?

Cada vez más desalentado y humilde, apoyó Torrebianca su frente en las manos. Robledo quiso decir algunas palabras para infundirle energía, pero él le interrumpió. Luego hablarás. Es preciso que oigas primeramente cosas que no sabes ó que yo te conté y has olvidado. Pero antes necesito hacerte una pregunta. ¿ crees que mi mujer me engaña?...

Puedes cenar aquí, si no quieres ir en seguida á tu casa. Torrebianca hizo un movimiento negativo. No pienso volver á mi casa. Dijo esto con tal energía, que Robledo quedó mirándole fijamente. Mostraba una excitación que hacía temblar sus manos y atropellaba el curso de sus palabras.

Usted que ha viajado tanto y es un héroe, ilústreme con su experiencia... ¿Qué opina usted del amor? Pero la poetisa, á pesar de sus ojeadas tiernas y miopes, vió que Robledo huía murmurando excusas, como si le asustase una conversación iniciada con tal pregunta. Elena le rogó semanas después que asistiese á una fiesta dada por la condesa. Son reuniones muy originales.

Yo le di francamente todo mi pasado, y ella tal vez no me ha devuelto mas que mentiras. Miró otra vez á Robledo con angustia, esperando que éste le infundiese alguna fe en la incierta historia de su mujer. Parecía un náufrago buscando algo sólido donde agarrarse. Pero Robledo bajó la cabeza haciendo un gesto ambiguo.

El español hizo un movimiento de cabeza al oir la palabra «otro», y vió por un instante la imagen de su asociado. Elena le miraba ahora con ojos compasivos. Duerma tranquilo, Robledo, como yo voy á dormir. Deje que esos dos vanidosos anuncien que se van á matar. Verá como no ocurre nada grave.

A media tarde habló por teléfono con él. Elena acababa de regresar de su correría por París, mostrándose satisfecha de sus numerosas visitas. Me asegura que por el momento ha parado el golpe, y todo se irá arreglando después dijo Torrebianca, no queriendo mostrarse más expansivo en una conversación telefónica. Cerrada la noche, volvió Robledo á la avenida Henri Martin.