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La marquesa acogió esta vaga aceptación con un regocijo infantil. ¡Qué felicidad! Me visitará usted todos los días, me acompañará en mis paseos á caballo, y ya no me veré seguida por esos suspirantes pegajosos que me molestan continuamente. Mostróse sorprendido Ricardo por la alegría de la Torrebianca.

Pasó una mano por la espalda de Torrebianca, acariciándole con expresión paternal, mientras el marqués conservaba oculto el rostro. Aborrecía ahora á su esposa, pero al mismo tiempo experimentaba un inexplicable malestar pensando que iba á separarse de ella para siempre. Agitada por su curiosidad femenil, esperó la mestiza con impaciencia la hora de la cita.

Únicamente de este modo podía él explicarse la frecuencia con que aparecen en las novelas. Siguió mirando á la Torrebianca para darse cuenta de si era una mujer fatal ó una mujer perseguida injustamente; pero ella había bajado los ojos, diciendo con triste modestia: He sufrido mucho al ver que usted huía de .

A ver: ¡sonría usted un poquito, y no sea mala persona!... ¿De veras que no puedes darme ese dinero? Torrebianca hizo un gesto negativo, pero ahora parecía avergonzado de su impotencia. No por ello te querré menos continuó ella . Que esperen mis acreedores. Yo procuraré salir de este apuro como he salido de tantos otros. ¡Adiós, Federico!

La mujer nombró á la esposa de Torrebianca, diciendo luego á su acompañante: Fíjese en sus joyas magníficas. Bien se conoce que á ella y al marido les ha costado poco trabajo el adquirirlas. Todos saben que las pagó un banquero. El hombre se creía mejor enterado. A me han dicho que esas joyas son falsas, tan falsas como las de nuestra poética condesa.

Era el intruso, que, cansado de esperar en la antesala, se había metido audazmente en la pieza más próxima. Se indignó el marqués ante tal irrupción; y como era de carácter fácilmente agresivo, avanzó hacia él con aire amenazador. Pero el hombre, que reía de su propio atrevimiento, al ver á Torrebianca levantó los brazos, gritando: Apuesto á que no me conoces... ¿Quién soy?

El padre de Torrebianca, no encontrando ya lienzos ni estatuas como sus antecesores, tuvo que hacer moneda con el archivo de la casa, ofreciendo autógrafos de Maquiavelo, de Miguel Angel y otros florentinos que se habían carteado con los grandes personajes de su familia.

Y señaló á los tres personajes de la Presa, que seguían hablando con Torrebianca. Además, antes de su llegada, la vida era aquí un poco monótona, pero tranquila y fraternal. Ahora, con su presencia, los hombres parecen haber cambiado; se miran hostilmente, y temo que sus rivalidades, hasta el presente algo pueriles, terminen de un modo trágico.

Cuando no la veía y estaba lejos de la influencia de sus ojos, se mostraba menos optimista, sonriendo con una admiración irónica de la credulidad de su amigo. ¿Quién era verdaderamente esta mujer, y dónde había ido Torrebianca á encontrarla?... Su historia la conocía únicamente por las palabras del esposo.

Torrebianca sólo la encontraba defectos cuando vivía lejos de ella. Al volverla á ver, un sentimiento de admiración le dominaba inmediatamente, haciéndole aceptar todo lo que ella exigiese. Saludó Elena con una sonrisa, y él sonrió igualmente. Luego puso ella los brazos en sus hombros y le besó, hablándole con un ceceo de niña, que era para su marido el anuncio de alguna nueva petición.