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Luego se me figura ver un cuero, O alguna calabaza, y desta suerte Entre contrarios pensamientos muero, Y no si lo yerre, ó si lo acierte, En que á las calabazas y á los cueros, Y á los poetas trate de una suerte. Cernìcalos que son lagartigeros No esperen de gozar las preeminencias Que gozan gabilanes no pecheros.

¡Ah, amigos míos! exclamó frotándose las manos de esperanza, mi fortuna pertenece al hombre que me cure. Por grandes que sean los tormentos que me esperen, los sufriré gustoso si me garantizan el éxito. ¡Ni el dolor ni los gastos me harán retroceder!

El bosquecillo de carrascas parece hacerle señas: Venga usted aquí, subprefecto; al pie de mis árboles estará usted perfectamente y podrá componer su discurso. El señor subprefecto queda seducido, apéase del coche y dice a sus gentes que le esperen mientras él va a componer su discurso en el pequeño robledal.

Esperen un momento vuesas mercedes. ¿Qué hora es? dijo Dorotea. Acaban de dar las doce en Santo Tomás. Pronto, Nicolasa, pronto, que estos señores esperan. Acudió una manchegota casi cuadrada, con una llave y una vela de sebo puesta en una palmatoria de barro cocido. Abrió la puerta, entró y puso la palmatoria sobre una mesa. Dos sillas, Nicolasa dijo aquel hombre.

Los valientes leñadores se han de lanzar sobre ese andamiaje engañador que tiembla bajo sus pies; uno á uno tienen que arrancar todos los troncos superiores y hacerlos rodar por encima del dique á la parte libre del arroyo, pero bien un palo medio libre se levanta de improviso, ó un pie resbala sobre la madera lisa y mojada, ó un salto de agua, un remolino repentinamente formado viene á chocar contra la madera donde él flota, ó un palo caído en la corriente salta hacia los leñadores, y algunos de ellos, lívidos y sangrientos, flotarán también en compañía de los muertos pinos, por el río abajo; los que á fuerza de energía, destreza y suerte, escapan de todos esos peligros, los que desde el bosque á la serrería saben conducir la flotilla de pinos sin tener ninguna desgracia, tienen motivos para creerse afortunados; pero que esperen semanas y meses porque el cortejo de las enfermedades les sigue con paso incierto.

Entonces, señor cura, suplico a usted dos letras para la abuela... Sería capaz de no creernos... Esperen ustedes dijo el cura lleno de condescendencia. Cogió una tarjeta y escribió debajo: «¿Por qué impedir el vuelo de un pajarillo? Hay más grandeza verdadera en lanzarse por encima de lo convencional que en permanecer obstinadamente atado a lo vulgar... »Todos mis respetos

Avise usted por teléfono que luego iré.... No, diga usted que no voy, que no me esperen á comer. Iré á la noche. ¿Pero, qué hace usted ahí parado, mirándome como un bobo?... ¡Eh, alto! no se vaya usted tan pronto. A ver, ¡que suba el Capi! Llame usted á don Matías. ¡En seguida; listo!... Goicochea salió del despacho temblando, al pensar en el día que le esperaba.

Quejábase con harta razón Fernandito de su falta de memoria, síntoma fatal a veces de los reblandecimientos cerebrales. Mas Diógenes, que no perdonaba ocasión de descargar su terrible mandoble, púsose a recitar como si leyera en el periódico: Hablando de cierta historia, A un necio se preguntó: ¿Te acuerdas ? Y respondió: Esperen que haga memoria.

En cuanto tomaron el café, Emma, que estaba de muy buen humor, se levantó y dijo con solemnidad cómica: Ahora esperen ustedes aquí sentados; les preparo una gran sorpresa. ¿Qué hora es? Las ocho dijo el tío, que, a pesar de sus bromitas, que horrorizaban a Bonifacio, tampoco las tenía todas consigo. ¿Las ocho? Magnífico. Esperen ustedes un cuarto de hora.

LA CHOUTE. ¡No puedo violar el secreto profesional...! BEAUVALLON. ¿Ni siquiera para ...? LA CHOUTE. Ni siquiera para ti. Y, además, ¿no tienes nada urgente que hacer...? ¡Te conozco...! ¡Deben esperarte...! BEAUVALLON. ¡Que me esperen...! ¡Te lo ruego, La Choute...! ¡Permíteme asistir a una de tus consultas...!