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Esto me adula ¿lo comprendes? y le digo: «¡Oh, caballero...! Puede usted fumar... ¡No me molesta...!» Iníciase la conversación. Al cabo de cinco minutos le había referido mi vida. BEAUVALLON. ¡Es una justicia que hay que hacerte...! ¡ cuentas tu historia a todo el mundo...! LA CHOUTE. Escuchóme él con interés, y después me dijo: «¡Está usted perdiendo el tiempo, hija mía!

LA CHOUTE. ¡Descuide usted...! ¡Se los llevaré yo misma y le indicaré la manera de usarlos...! La acompañaré también a casa del doctor Bálsamo, nuestro cirujano. ¡Y no tema usted nada...! ¡Fuera de , nadie conocerá su secreto...! La dama torna a ponerse su tupido velo, y se marcha.

LA CHOUTE. ¡No, señora! No se resignará usted. ¡Y hará bien...! Yo no le concederé un año de juventud, sino diez... ¡Pero le advierto que esto resulta caro...! LA DAMA. ¡No reparo en dinero! LA CHOUTE. Y sepa que ciertos métodos son bastante dolorosos... LA DAMA. ¡Ah! LA CHOUTE. Mire... Para poner tersa la piel, tenemos el tratamiento del doctor Sabio.

LA CHOUTE. Tienes razón, y, sin embargo, es algo más fuerte que mi voluntad... Temo ser menos linda que ayer... ¡No amo a nadie...! ¡Hasta lamento haber amado a tontitos como ...! ¡Era cansarse...! ¡Me mustiaba! ¡Ay! Ahora soy más prudente... Me administro y me cuido mejor... Cuando sea rica, dentro de diez o de quince años, me retiraré.

LA CHOUTE. ¡...! ¡Lo tuve...! ¿Qué quieres...? ¡Comprendía claramente que en él no llegaría a ser nada...! No me gustaba el oficio, ni los compañeros; no se puede tomar mas que dos partidos: trabajar o prostituirse. A no me gusta trabajar y soy demasiado burguesa para dedicarme a cortesana. ¡Por eso me he lanzado al comercio...! BEAUVALLON. ¡Y has entrado en casa de la Ninon de Lenclos...!

Entra un joven de unos veintidós años, vestido con esa elegancia, un poco oropelesca, de los cómicos que hacen el papel de Perdican en el Conservatorio. Dirígese rectamente al mostrador. Es el señor Beauvallon, primer premio de Comedia. BEAUVALLON. ¡Buenos días, La Choute!

Es el vientre en forma de persiana, son los muslos descarnados, las manos que se manchan de herrumbre y los pies que se deforman. La Choute toma notas, y, cuando ha concluído, manifiesta que todo esto puede repararse. Me enviará usted discretamente todos sus productos, ¿verdad...?

Consiste en una aplicación de líquido corrosivo, a base de iodo, que consume los tejidos superficiales hasta dejar al descubierto la primitiva piel. Son tres semanas de torturas; pero en seguida encuéntrase usted con una piel de jovencita. LA DAMA. ¡Está bien! ¡Conformes...! ¿Y para el rostro...? LA CHOUTE. ¡Déjeme que la mire...! ¡Ah, ...! Tenemos tres tratamientos.

BEAUVALLON. ¡Qué desabrida eres...! ¡Así recibes a tu antiguo compañero, a tu interlocutor en «La Caja Fauré»...! LA CHOUTE. ¡No tengo tiempo de charlar, amigo mío...! ¡Vuelve más tarde, a las seis, cuando esté cerrada la tienda...!

Tenemos, por último, las inyecciones de parafina, que hinchan el rostro; es bastante doloroso: debe usted permanecer durante un mes en un lugar apartado, mientras es absorbida la parafina. LA DAMA. ¡Pero lo que usted me propone son suplicios chinos...! LA CHOUTE. Para estar hermosa hay que sufrir.