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Actualizado: 3 de septiembre de 2024
Pero, mientras os estaba esperando, he hojeado un libro de cirugía, y acababa en este momento de ver en él la figura de un cirujano que tiene cierto parecido con vos, cuando, al entrar, me habéis hecho el efecto de un aparecido.
Siendo la política su caballo de batalla, después de ver en los cafés que todos los periódicos que leía decían de sí propios lo mismo que el del cirujano de su lugar escribía de sí mismo y de su partido, es decir, que eran unos santos, al paso que renegaban de todos los demás, fuese al Congreso, donde esperaba oir aquellos discursos que, impresos, le admiraban, y aquellos hombres que, pronunciándolos, le parecían semidioses ó criaturas de distinta naturaleza, forma y color que el resto de la humanidad.
Stein había encontrado en una cómoda, cuya llave le entregaron al tomar posesión de su aposento, una suma de dinero, bastante a sobrepujar las más exageradas pretensiones. Adjunto se hallaba un billete, que contenía las siguientes líneas: «He aquí un justo tributo a la ciencia del cirujano.
Guiado por el buen hermano Gabriel, pudo Stein admirar aquella grandeza pasada, aquella ruina proscrita, aquel abandono que, a manera de cáncer, devoraba tantas maravillas; aquella destrucción que se apodera de un edificio vacío, aunque fuerte y sólido, como los gusanos toman posesión del cadáver de un hombre joven y robusto. Fray Gabriel no interrumpía las reflexiones del cirujano alemán.
El cirujano, después de un docto discurso sobre la influencia de los planetas en los humores crudos y semicocidos de la gangrena, había terminado por decirle que no podría salir hasta fines de marzo, y nunca antes de haberle sangrado todavía una docena de veces, ex carpo manus; pues, según él, «había aún vicio de sangre, presencia de postulante permitente, ausencia de repugnante, y ocasión; luego no había más que pedir».
Y el pudor y el buen gusto no me permiten continuar; aquellas niñas comenzaron por los vestidos, siguieron por las medias y acabaron por inventariar con el desparpajo de un cirujano que hace una operación, hasta las piezas de ropa del más íntimo uso de la novia.
Vino el cirujano, reconoció la herida, meneó la cabeza murmurando malorum, y tras el cirujano se acercó a la covacha el capellán, y oyó en confesión a Mañuco.
En resolución, dentro de quince días estuvo fuera de peligro el herido, y a los veinte declaró el cirujano que estaba del todo sano, y ya en este tiempo había dado traza Tomás como le viniesen cincuenta estudos de Sevilla, y sacándolos él de su seno, se los entregó al huésped con cartas y cédula fingida de su amo; y como al huésped le iba poco en averiguar la verdad de aquella correspondencia, cogía el dinero, que, por ser en escudos de oro, le alegraba mucho.
Llame usted a un barbero o a un ebanista, pero no llame usted a un gran cirujano. El gran cirujano le considerará a usted el apéndice así como un virtuoso del violín puede considerar la Sonata de Kreutzer, y de una manera muy artística, le matará a usted... Yo he visto trabajar una vez a un virtuoso de la cirugía.
La nariz no era más que una película flexible, que se plegaba bajo el peso de las gafas, cuando M. Bernier vino a decirle que había encontrado al auvernés. ¡Victoria! exclamó entusiasmado el notario. El cirujano encogiose de hombros y contestó que la victoria parecíale dudosa por lo menos.
Palabra del Dia
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