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Actualizado: 3 de mayo de 2025


Lo hemos dicho al comenzar este libro segundo: el mar ha tenido que producir esos seres terribles, esos destructores omnímodos, para combatir y curar por mismo el extraño mal que le trabaja, su exceso de fecundidad. La Muerte, cirujano caritativo, por medio de una sangría perseverante, de abundancia inmensa, le alivia de esa plétora que le hubiese aburrido.

Alguien que le tendrá un odio implacable, me imagino rió el cirujano, que era mi amigo desde hacía varios años y que tenía por costumbre asistir algunas veces a las partidas de caza con los Fitzwilliams. Pero, vamos, viejo compañero, alégrese; uno o dos días tendrá que pasar con leche y caldo, dejar curarse la herida y permanecer muy tranquilo. Ya verá cómo pronto vuelve a recuperar su salud.

Estaba incapacitado para morir a manos de los hombres. Una noche le hallaron medio desnudo en un desván del hospital buscando salida para salir al tejado. Dos días después dio de puñadas al cirujano, y frecuentemente se arrojaba del lecho para correr por la sala injuriando a imaginarios enemigos, sólo vistos de su extraviado entendimiento.

El doctor Ruiz, llegado con él a Sevilla, le dio por bueno antes de un mes, asombrándose de la energía de aquel organismo. La facilidad con que se curaban los toreros era un misterio para él, a pesar de su larga práctica de cirujano.

Permanecimos sentados más de una hora en ese gran salón, cuyo mismo esplendor respiraba misterio. La señora Percival, la agradable dama patrocinadora y compañera de Mabel, viuda de cierta edad de un cirujano naval, entró donde estábamos nosotros, pero pronto se retiró, completamente trastornada, al tener conocimiento del trágico suceso.

Pero sentaos, por favor. Calmose un poco el notario y refirió al doctor los acontecimientos de la jornada, sin echar en olvido el incidente del gato que, por decirlo así, habíale hecho perder por segunda vez su tan llorada nariz. Es una gran desgracia observó el cirujano, pero es posible repararla en el término de un mes.

¡Y el maldito cirujano sin venir! Habían ido a avisarle con urgencia, a su casa, al hospital, a todas partes. Llegó por fin, y comprendió a primera vista que Romagné había muerto. Lo sospechaba exclamó el notario, llorando con mayor amargura, si es posible. ¡Bestia de Romagné! ¡Criminal! Esta fue la oración fúnebre del desdichado auvernés. Y ahora, doctor, ¿qué haremos?

No qué será: misterio decía el viejo cirujano con aire de duda . O estos chicos tienen carne de perro, o el cuerno, con todas sus suciedades, guarda una virtud curativa que desconocemos. Poco tiempo después, Gallardo volvió a torear, sin que esta cogida enfriase sus ardores de lidiador, como le vaticinaban los enemigos.

Salvador y el cirujano procuraban con esfuerzos de gallardo ingenio llevar su charla a los términos de la discreción y del buen razonar; pero mientras más querían ir ellos por el camino del juicio, con más ahínco se arrojaba D. Carlos por los despeñaderos del desatino.

Marcial cayó herido, si bien en los primeros instantes apenas sintió dolor y abatimiento, porque su vigoroso espíritu le sostenía. No tardó, sin embargo, en bajar al sollado, diciendo que se sentía muy mal. Mi amo envió al cirujano para que le asistiese, y éste se limitó a decir que la herida no habría tenido importancia alguna en un joven de veinticuatro años: Medio-hombre tenía más de sesenta.

Palabra del Dia

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