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Arbol de vida, místico Madero donde reina el Señor de los señores, al pie de cuyas ramas el viajero mitiga del camino los ardores; lecho de las esposas del Cordero, centro de sus purísimos amores: ¡Oh dulce Cruz donde Jesús espira! ¿Quién no te adora, si una vez te mira?

Comenzaba el calor a dejarse sentir. Estábamos a mediados de Junio. El sol, desde las cinco de la mañana, envolvía a la ínclita ciudad en una caricia viva y prolongada hasta las siete de la tarde, enmedio de un cielo puro y flamígero. La angostura y tortuosidad de las calles no nos preservaba enteramente de sus ardores.

Estriba con bizarría, Y la espuela nazarena Suspira en dulce armonía, Como grillos que á porfía Lloran del preso la pena. Guapos el Pago los llama, Y el alcalde salteadores, Pero pública la fama Que no la avaricia inflama Su pecho en vivos ardores. Ligados por nudo fuerte Los dos siguen un camino: Hermanos de vida y muerte Aceptan la misma suerte Bajo el yugo del destino.

Habia allí, además del régio alcázar, viviendas magníficas para hospedar á los altos funcionarios del Estado; allí acueductos que mantenian con el agua de la sierra en perpétuo verdor las huertas y vergeles; allí jardines con toda clase de flores y boscages de azahar, de mirto y de laurel; allí sorprendentes juegos de aguas, y fuentes, estanques y lagunas de todas formas; allí cenadores y deliciosas umbrías en que guarecerse de los ardores del estío.

Anita me engaña, es una infame ... pero ¿y yo? ¿No la engaño yo a ella? ¿Con qué derecho uní mi frialdad de viejo distraído y soso a los ardores y a los sueños de su juventud romántica y extremosa? ¿Y por qué alegué derechos de mi edad para no servir como soldado del matrimonio y pretendí después batirme como contrabandista del adulterio? ¿Dejará de ser adulterio el del hombre también, digan lo que quieran las leyes?».

El Faro de Sarrió fué para nuestro amartelado joven un medio admirable de dar forma a las vagas fantasías, inquietudes, ardores y tristezas que a la continua lo agitaban, y declararse sucesivamente con acrósticos misteriosos e iniciales a todas las beldades más o menos macizas que ostentaban sus amables curvas por las calles de la floreciente villa.

Habría tenido sus pasiones como todos; en ciertos momentos se escapaba a través de su exterior inmutable y tranquilo un arranque de vehemencia. Sus ardores de poeta perdido en la política delatábanse algunas veces, como esos volcanes ocultos bajo una sima de nieve se revelan con lejano trueno.

Inquieto y dolorido, cual si la cama fuera de zarzas punzadoras, Mordejai no hacía más que volverse de un lado para otro, quejándose de ardores en la piel y de picazones molestísimas, las cuales no eran motivadas, dicha sea la verdad, por cosa alguna tocante a la miseria que se combate con polvos insecticidas.

Un mes después se daba una gran fiesta en palacio en celebración del restablecimiento de doña Francisca. La virtud febrífuga de la cascarilla quedaba descubierta. Atacado de fiebres un indio de Loja llamado Pedro de Leyva bebió, para calmar los ardores de la sed, del agua de un remanso, en cuyas orillas crecían algunos árboles de quina.

Vivía así en contacto con la llama que me abrasaba, al abrigo de las sensaciones más abrasadoras, envuelto, por decir así, en un ropaje de inocencia y de lealtad que la hacía invulnerable a los ardores que de partían como a las sospechas que de la sociedad podían emanar.