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Pretendí formar una idea exacta acerca del sentimiento que me inspiraba: al recordar su mirada, opaca, llena de una vida ardiente, su sonrisa triste, amarga en medio de su resignación, sus encantos uno por uno, y después el magnífico conjunto de aquellos detalles admirables: el no qué misterioso, vago, indefinible que emanaba de sus miradas, de su sonrisa, de su acento, de su actitud, de todo su ser, de su alma exhalada siempre en una manifestación sentida, dulce, extremadamente simpática, mi corazón me decía inflamado de un ardor desconocido para : Necesito que sea mía, enteramente mía.

Sin embargo, salimos de presidio, y como yo era hombre de bien, contúveme; pretendí, pero como no anduve por los cafés, ni peroré, medios que exigían entonces las circunstancias para prosperar, no sólo no me emplearon, sino que me cantaron el trágala.

No porque soy escéptico, sino porque soy modesto, aunque me contradiga atribuyéndome tan buena cualidad, nada pretendí enseñar al escribirlos en cada uno de los siguientes artículos, ni nada pretendo ahora enseñar al reunirlos en un volumen.

Nuestro ambiente social era distinto, y mientras ella se embriagaba con la dicha de mi nombre se me consideraba buen mozo entonces yo vivía en una esfera de mundo donde me era inevitable flirtear con muchachas de apellido, fortuna, y a veces muy lindas. Una de ellas llevó conmigo el flirteo bajo parasoles de garden party a un extremo tal, que me exasperé y la pretendí seriamente.

Mis esfuerzos estaban agotados y como un edificio levantado por milagro, una mañana, al despertar, sentí que mi valor se derrumbaba. Pretendí recordar una idea perseguida el día antes: ¡imposible! Vanamente me repetía ciertas frases de disciplina que me aguijoneaban alguna vez, como se estimula a los caballos de tiro que se plantan. Había llegado el verano. En las calles brillaba un hermoso sol.

Anita me engaña, es una infame ... pero ¿y yo? ¿No la engaño yo a ella? ¿Con qué derecho uní mi frialdad de viejo distraído y soso a los ardores y a los sueños de su juventud romántica y extremosa? ¿Y por qué alegué derechos de mi edad para no servir como soldado del matrimonio y pretendí después batirme como contrabandista del adulterio? ¿Dejará de ser adulterio el del hombre también, digan lo que quieran las leyes?».

Desfallecieron mis creencias, entronizóse en mi espíritu la duda, y vagó por mis labios la blasfemia. Cuanto mas pretendí sondar el origen de las cosas, tanto mas se entenebreció mi alma, tanto mas fui impío. Cobré tedio á la sociedad, cobré tedio al mundo; me encerré en un egoismo fatal de que hoy mas que nunca me avergüenzo.