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Pero monsieur de Sans-délai se daba a todos los oficinistas, que es como si dijéramos a todos los diablos. ¿Pues para esto he echado yo mi viaje tan largo? ¿Después de seis meses no habré conseguido sino que me digan en todas partes diariamente: Vuelva usted mañana, y cuando este dichoso mañana llega, en fin, nos dicen redondamente que no? ¿Y vengo a darles dinero? ¿Y vengo a hacerles favor?

Que no me digan que en este país del sol y del cielo azul los hombres tendrán, por los siglos de los siglos, una naturaleza perezosa, violenta e incapaz de disciplina.

No quiero que esos papeluchos carlistas digan que nos hemos ensañado con una mujer... Oiga usted, ordenanza, vea usted si anda por ahí el padre de esta joven y hágale usted entrar. A los pocos instantes entró don Mariano.

Me temo que por dejar en buen lugar a sus niños y a los amigos de sus niños, digan que fui yo quien organizó lo de anoche... Y yo tengo interés en estar bien con todo el mundo, en conservar mis amistades.

Y es lo malo que hay ignorantes que digan que esto es lo perfecto, y que lo demás es buscar gullurías. Pues ¿qué si venimos á las comedias divinas? ¡Qué de milagros falsos fingen en ellas; qué de cosas apócrifas y mal entendidas, atribuyendo á un santo los milagros de otro!

El coronel, que vivía muchos años en Monte-Carlo sin tropezarse con otros compatriotas que los que encontraba alrededor de las mesas de ruleta, había sentido un orgullo patriótico al conocer á este profesor, dos meses antes. ¡Un sabio!... ¡un famoso sabio! exclamaba al hablar de su nuevo amigo . Para que digan luego que todos los españoles somos brutos...

Y mandó a Sancho que se los diese a maese Pedro, el cual respondió por el mono, y dijo: -Señor, este animal no responde ni da noticia de las cosas que están por venir; de las pasadas sabe algo, y de las presentes, algún tanto. ¡Voto a Rus -dijo Sancho-, no yo un ardite porque me digan lo que por ha pasado!; porque, ¿quién lo puede saber mejor que yo mesmo?

Era para acobardar hasta al propio Roger de Flor de que hablaba su cuñado. ¡Mardita sea!... ¡Vamos, hombre decía Gallardo , que ni por too el oro der mundo torearía uno en Seviya, si no fuese por el aquel de dar gusto a los paisanos y que no digan los sinvergüenzas que tengo mieo a los públicos de la tierra!

Hablan sentados en corrillos en el suelo, abrazándose a los bancos; es necesario gritar para oírse. Algunos empiezan a atemorizarse... ¡No es para menos el caso! Son frecuentes los naufragios en estos parajes; si no, que lo digan los «tiralíneas», y lo que éstos refieren es para asustar a cualquiera.

Son innecesarias las explicaciones... Lo que a me molesta es lo otro: que digan que el libro no es mío; que supongan a un hombre de mi altura capaz de adornarse con plumas ajenas.