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-No te enojes, Sancho, ni recibas pesadumbre de lo que oyeres, que será nunca acabar: ven con segura conciencia, y digan lo que dijeren; y es querer atar las lenguas de los maldicientes lo mesmo que querer poner puertas al campo. Si el gobernador sale rico de su gobierno, dicen dél que ha sido un ladrón, y si sale pobre, que ha sido un para poco y un mentecato.

Si el Rey no quiere... ¿Hay quien esté por cima del Rey? El Rey manda en todas partes, y digan lo que quieran, no hay más que su sacra real voluntad. ¡Muchachos, viva Fernando VII! Pero vengan acá, zopencos dijo Santorcaz . ¿Dicen ustedes que nadie manda más que el Rey? Nadie más.

Luego continuó con arrogancia: ¡Que digan lo que quieran! Yo deseo olvidar al mundo; que el mundo se olvide de ... Ya he muerto. Pero Miguel insistió en su rencor: El otro era tu hijo, y yo lo sabía. Este no lo es, y conozco el poder de seducción que ejerces, aun contra tu voluntad. Acuérdate del «banco de los viejos». ¡Ay!

Velázquez se lo prometió, y ella, cada vez más inflada y poseída de su papel maravilloso, le dijo: Antes de pasar adelante, es menester que consultemos las cartas. Según lo que te anuncien, así tendré yo que aconsejarte lo que debes hacer. Te confías en , ¿verdá ?... Para que las cartas digan la verdad hay que creer en ellas y obedecer cuanto yo te mande. ¿Lo prometes?

Ni mi cuerpo me pertenece; está vendido por tres años, quizá por toda la vida, que no es mucho decir, puesto que nuestra vida es corta. No, no me hable usted de penitencia. No sólo no me arrepiento, sino que no tengo vergüenza ni conciencia. Que me digan que me quede en cueros, y me quedaré. Que me digan que escupa a la cruz, y escupiré. Kravchenko empezó de pronto a llorar.

No se podía marchar, aunque iba comprendiendo que la idea que a tal sitio la llevó era una locura, como las que se hacen en sueños. Uno de los muchos desvaríos que se sucedieron en su mente fue imaginar que tal o cual hombre de los que vio salir era amante de Jacinta. «Porque a no me digan que es virtuosa... Vaya unos embustes que corre la gente.

De repente un aragonés se levantó en medio de la sala, y señalando al sitio donde se hallaba Lázaro con los demás llegados aquella noche, dijo: Presentes están algunos señores que han pertenecido á ese club. Todos miraron á aquel sitio. Bien dijo el orador. Si están ahí esos señores, que hablen, que nos digan lo que es ese club y qué ha hecho. Queremos oírles: que hablen.

27 Acuérdate de tus siervos Abraham, Isaac, y Jacob; no mires a la dureza de este pueblo, ni a su impiedad, ni a su pecado; 28 para que no digan [los de] la tierra de donde nos sacaste: Por cuanto no pudo el SE

Que no me digan, en fin, que el teatro de Ibsen no será comprendido nunca aquí porque es el teatro de un país brumoso, y que las leyes inglesas son tan inadaptables al carácter español como lo son los impermeables ingleses al clima de España.

Digan lo que quieran, el pueblo español tiene un gran sentido». Pero a los dos meses, las ideas pesimistas habían ganado ya por completo su ánimo. «Esto es una pillería, esto es una vergüenza.