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Tal vez te quejes de que te aconsejo mucho y de que me meto en camisón de once varas. Eso nunca. Allá veremos. De todos modos, tengo disculpa. sabes que Clarita es mi encanto. Me tiene hecho un bobo. ¿Quién ignora mi predilección hacia las mujeres? Menester ha sido de toda mi severidad para que allá cuando mozo no me quitaran el pellejo los maldicientes.

En el mercado sólo se hablaba de aquel paseo nocturno por el Júcar; el diputado, sudoroso, encorvado sobre los remos, y ella despertando con sus canciones extrañas a la gente de las alquerías. ¡Lo que decían aquellos maldicientes!... Y ella reía, pero con risa ruidosa, agitada por estremecimientos nerviosos; con una risa que sonaba a falsa; sin una palabra de queja.

El temor del peligro es mayor escribiendo que hablando; pero también el rubor, la timidez, el recato ceden a veces con más facilidad estando a solas y cara a cara con el papel que cara a cara con un hombre, y quizá rodeada la mujer de personas curiosas y que se supone que serán maldicientes. Así escriben muchas; sueltan prendas que permanecen, y se ven al cabo comprometidas.

Y mientras metían en la cama a la madre sollozante y avisaban al médico, él salía hacia la estación para coger el tren, y leía en las miradas curiosas el presentimiento de lo ocurrido, la prontitud con que los maldicientes unían aquella agitación sorda en la casa de Brull con la subida de Rafael en el primer tren, presenciada por algunos, a pesar de sus precauciones.

Lucía el Casino entre su maltratado mueblaje un caduco sofá de gutapercha, gala del gabinete de lectura: sofá que pudiera llamarse tribuna de los maldicientes, pues allí se reunían tres de las más afiladas tijeras que han cortado sayos en el mundo, triunvirato digno de más detenido bosquejo y en el cual descollaba un personaje eminentísimo, maestro en la ciencia del mal saber.

Replicaban los maldicientes que el gasto no pasaba de ser un medio indirecto de favorecer a los dos hermanos, y que no en cera insípida, sino en miel dulcísima, estaban fundadas aquellas relaciones. Lo que nadie podía negar era la piedad, el fervor, la devoción de Casilda y Damián.

Daba esto ocasión a que los maldicientes supusiesen y dijesen mil picardías. Pero ¿quién en este mundo está libre de una mala lengua y de un testigo falso? ¿Cómo la gente grosera de un lugar ha de comprender la amistad refinada y platónica de dos espíritus selectos?

Al cabo de poco tiempo, compró la participación de sus socios en la mina Nip-y-Tack, con dinero, que se decía ganado al poker una semana o dos después de la llegada de su mujer, pero que los maldicientes, adoptando el criterio de la señora Moreno sobre la conversión de su marido, atribuían a Melín.

Decía esto con un tono amargo, con la misma expresión con que anonadaba a los gobiernos en el Senado por su falta de protección a los trigos; y Maltrana acabó por indignarse también contra los maldicientes que suponían al marqués de Jiménez incapaz de escribir un volumen. Isidro salió de allí sin recibir dinero ni un nuevo encargo.

Hacía su carrera con lentitud, mas según los maldicientes del salón de Conferencias, era un joven serio y discreto, de pocas palabras, pero seguras, que acabaría por llegar a alguna parte.