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La Tribuna, viendo y oyendo que sus dispersas huestes se rehacían, comenzó a animarlas y a exhortarlas, a fin de que no sufriesen otra vez tan humillante derrota. Ya las que habían sido arrojadas por los soldados, al contacto de la resuelta muchedumbre, recobraron los ánimos decaídos, y enseñaban el puño a la muralla profiriendo invectivas.

Y eso es muy natural, puesto que allí todo el mundo tiene en el café una tribuna, donde entre taza y taza de chocolate se producen excelentes cosas espontáneamente. En lo general, los discursos de los diputados tenian una fuerte dósis de personalidad, vicio que proviene de la organizacion artificial y contrahecha que tienen los partidos.

En el otro extremo, en la tribuna del «paddock» la clase media ofrece su nutridísimo concurso a la fiesta.

Al principio el orador se ponía en pie sobre una mesa, y hablaba; después el dueño del café se vió en la necesidad de construir una tribuna.

Ocupaba un rincón de la planta baja, pero su techo era el del principal: tan elevado por consiguiente como el de una iglesia. Tenía grandes ventanas con cristales de colores como las catedrales góticas: estaba alfombrado como un salón de baile; había una pequeña tribuna con su órgano: el altar era primoroso, de gusto francés, y en medio se veía un magnífico Ecce-Homo de Morales.

Unos se sentaban en desvencijadas sillas, otros de pie sobre las mesas haciendo de estas tribuna, se adiestraban en el ejercicio parlamentario; algunos disputaban furiosamente en los rincones, y no faltaba quien en las rodillas o sobre el breve espacio de mesa que dejaban libre los pies de los oradores, emborronaba cuartillas.

Su voz ha resonado con elocuencia en la tribuna, su pluma ha trazado páginas brillantes que admira el extranjero, su cincel ha dado eterna vida á la piedra y la madera... No me sorprende en verdad que usted haga ascos á este manjar grosero hecho con la harina del maíz.

Nucha, aunque un poco alterada la fisonomía, se mostró como siempre, afable, tranquila y atenta al buen servicio y orden de la mesa. Aquella noche el marqués no dejó dormir a Julián, entreteniéndole hasta las altas horas con larga y tendida plática. Los días siguientes fueron de tregua; don Pedro salía bastante, y se le veía mucho en el Casino, junto a la tribuna de los maldicientes.

El aire frío y el silencio de las calles del barrio templaron, no obstante, la sangre enardecida de la Tribuna. Pareciole entrar en algún claustro donde todo fuese quietud y melancolía.

Recuérdese lo que pasó en 1877 entre nosotros, cuando se debatió la «cuestión Corrientes»: La Tribuna publicó las sesiones al día siguiente, y todos creyeron que era un... milagro.