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Actualizado: 8 de julio de 2025
¡Amparo... ahora no! pronunció con suplicantes inflexiones en la voz Baltasar . No te marches, que estamos en el paraíso. La Tribuna, paralizada, miró en derredor. Mezquino era el paraíso en verdad.
Voy a consultar con mis superiores respondió el inspector, retirándose entre vociferaciones y risotadas. Apenas le vieron desaparecer, se calmó la efervescencia un tanto. «Va a consultar» se decían las unas a las otras... «¿nos pagarán?». Si nos pagan declaró la Tribuna, belicosa y resuelta como nunca , es que nos tienen miedo. ¡Alante! Lo que es hoy, la hacemos, y buena.
La cigarrera le escuchaba muda, con los labios blancos, mirando fijamente al rostro de Baltasar, que tenía la expresión distraída del mal pagador que no quiere recordar su deuda. Y era lo peor del caso que, por más que la Tribuna quería echar mano de su oratoria, que le hubiera venido de perlas a la sazón, no encontraba frases con que empezar a tratar del asunto más importante.
Flimnap abandonó la tribuna con el ánimo desorientado, no sabiendo ciertamente si debía entristecerse ó alegrarse por lo que acababa de oir. La intervención de Gurdilo le había hecho sospechar en el primer momento que tenía por objeto pedir la muerta de Gillespie.
La tribuna de la alicama y la cámara de la limosna debieran ser fecundas en recuerdos; pero no nos los han trasmitido los historiadores árabes, tan minuciosos en otras cosas; y los únicos hechos gloriosos que á estas construcciones podemos hoy referir, estan tan identificados con la triste época del decaimiento del poderío árabe en España, como la misma mudanza de estilo que en ellas se advierte comparándolas con las obras arábigo-bizantinas de la época anterior.
Hasta algunas señoras masculinas que, envueltas pudorosamente en sus velos, ocupaban la tribuna destinada á las esposas de los senadores encontraron muy original la paradoja de Gurdilo, celebrándola con discretas risas. El orador continuó su discurso con arrogancia, seguro ya de que la asamblea en masa iba á apoyarle con sus votos. Por el momento, no pedía nada contra el Consejo Ejecutivo.
Y para que la similitud fuese más completa, el olor del cigarro había impregnado toda la ropa de la Tribuna, y exhalábase de ella un perfume fuerte, poderoso y embriagador, semejante al que se percibe al levantar el papel de seda que cubre a los habanos en el cajón donde se guardan.
Amparo cogió el tiesto y respiró el perfume de la planta, hundiendo la faz entre las aterciopeladas hojas. La encajera la miraba con sus pupilas siempre melancólicas y serenas. Amparo dijo de pronto.... ¿Eh?... respondió la Tribuna, sorprendida como si la despertasen de golpe. ¿Te enfadas si te digo una cosa?
Como si la primera pronunciada por el buen cura de Algeciras fuera señal convenida, desatose una tempestad de risas y demostraciones, y cuanto más el orador alzaba la voz, más la ahogaban entre su murmullo los de arriba. Repetir el sinnúmero de dichos, agudezas y apodos que salieron como avalancha de la tribuna pública, fuera imposible.
Presentación gritó con angustia: ¡Que matan al pobre D. Paco! Salió el infeliz, o lo sacaron, es decir, allá se fue todo junto, víctima y verdugos, por la puerta afuera. Con esto se despejó un tanto la tribuna y pudimos salir de los últimos tras la oleada de gente que mal de su grado abandonaba la sesión.
Palabra del Dia
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