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Está transfigurado; el oro del sol se refleja en sus negras pupilas, y una palidez de ámbar cubre sus mejillas; una felicidad sobrehumana resplandece en aquel rostro, cuyos labios son impotentes para pronunciar palabras. ¡Es, pues, cierto!... repite, ¡yo! ¡yo!

El agua de las lágrimas bailaba en las pupilas de sus ojos azules, en que se mezclan la vivacidad y la ternura. Aceleré cuanto pude el fin de la fiesta. Quería librar mi casa de aquella atmósfera de majadería. Los cipreses acabaron por serme molestos. No veía la hora de verlos desfilar a la calle.

Mutileder, que venía de salones donde había mucha luz, nada veía al principio, e imaginó que el salón en que acababa de entrar estaba a oscuras; pero sus pupilas se dilataron muy pronto, y notó que una luz velada y dulce iluminaba aquella estancia, difundiéndose desde el seno de tres lámparas de alabastro.

Era una procesión de aquelarre, una cáfila de infierno, y hasta la luz matinal se tornaba siniestra al alumbrar de lleno las palideces patibularias, las femeninas guedejas lodosas de sudores febriles y polvo subterráneo, las atroces pupilas que parecían conservar aún la expresión de terror y de súplica que tomaron en el tormento.

Las pupilas de la muchacha tenían una expresión adorante y temerosa. Parecía implorar misericordia con sus ojos lagrimeantes, aureolados de azul sobre la blancura monástica y delicada del rostro. «¡Por ! ¡todo por !», decía mudamente, con un gesto de remordimiento.

Cuando la sábana hubo caído sobre el lecho, Miguel apareció intensamente pálido, con una luz agresiva en sus pupilas. Ella, creyéndole enfadado por su broma, rió maliciosamente, apoyando las manos en el colchón. El jadear de esta risa entreabría el escote de su bata, dejando ver en perspectiva horizontal el secreto de unas redondeces blancos y trémulas perdiéndose en misteriosa penumbra.

Silas se irguió trémulo sobre las rodillas y miró alrededor de la mesa; ¿no estaría allí su oro, al fin y al cabo? La mesa estaba vacía. Entonces miró atrás suyo, recorrió con la vista toda la pieza, pareciendo dilatar sus pupilas negras para ver si, por casualidad, las bolsas, no aparecían en los sitios en que las había buscado en vano.

La otra, que no emplee usted medios tan miserables y tan indignos como éste y eché el periódico al suelo. Las mejillas pálidas de Machín tomaron un tono rojo, sus pupilas fulguraron; pero no replicó. Yo también tengo que hablar con usted dijo el doctor, con severidad. Muy bien. Si usted quiere, iré a su casa esta tarde. ¿A qué hora? A las cuatro, si le parece bien. Bueno.

En el mismo instante siente un dolor agudo; arden sus pupilas, y se encuentra en tinieblas sin conocer á ninguno de los circunstantes. Su conversión comienza desde entonces: oye una voz celestial que lo exhorta al arrepentimiento, y cae en tierra contrito y anonadado. En el último acto se transforma en ermitaño en un desierto, entregado por completo á la expiación y á los ejercicios piadosos.

Algo había en el tono de su voz, en el repentino estrabismo de sus pupilas, que en un momento disipó los vapores alcohólicos en la cabeza del coronel y encogió su gallarda figura. Me explicaré en cuatro palabras dijo moviendo la mano en ademán conciliador, me explicaré.