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Lo que ostentaba la Virgen en el pecho, pendiente de una cadena, era de Gallardo el torero. Pero otros compartían con él la admiración popular. Las miradas femeninas devoraban absortas dos perlas enormes y una hilera de sortijas.

Dejadme a hablarle a esas gentes, y yo les probaré que no tienen ningún derecho a retenernos, que están en el deber de devolvernos la libertad, que, según todas las leyes divinas y humanas, han cometido una cochinería. NUMEROSAS VOCES FEMENINAS. ¡Ve, Cleopatra, ve! ¡Detened a Verónica! CLEOPATRA. ¡Eh, el de la rodilla blanca! Venid, tengo que hablaros. ESCIPIÓN. ¿Queréis que deje mi acero?

Indudablemente, una mujer. Los balcones solitarios empezaron á poblarse de cabezas femeninas que seguían sus evoluciones con el rabillo de un ojo. Se levantaron muchos visillos, marcándose detrás de los vidrios pupilas interrogantes y bocas sonrientes. «¿Será por ?...» Esta pregunta muda parecía extenderse de fachada en fachada.

Ahora bien, ¿qué hubieran hecho ustedes si se les colocase delante del rostro, a dos dedos de la boca, una mano semejante? Besarla, estoy seguro. Pues eso es cabalmente lo que yo hice: besarla y escaparme riendo sin echar siquiera una mirada a su dueño. Detrás de gran algazara y muchas carcajadas femeninas, por lo cual comprendí que se me perdonaba de buen grado la audacia.

El Directorcillo tuvo que vencer sin embargo varios inconvenientes, pues la comedia tenía tres majestades femeninas y cinco princesas, y como solo podía disponer de dos de las primeras y tres de las segundas, de aquí que el hombre tuvo que comerse por buen componer unos cinco mil versos y sustituir no pocos nombres con otros.

Para ese funcionario que tantísimo tiempo había vivido en medio de sus expedientes administrativos, habían de ser mucho más peligrosas que para otro cualquiera, esas confidencias femeninas murmuradas con voz clarísima e iluminadas por la vivacidad de dos ojos llenos de alegría y de juventud. prosiguió diciendo con tono de profunda gravedad.

La «moral» que el autor quisiera hacer «pasar» sin «fastidio» a la mente de los lectores, es que hay en la actualidad una crisis del matrimonio y que, por consecuencia de ella, muchas existencias femeninas transcurren no sólo en una soledad dolorosa para la que las mujeres no están hechas, sino en una semiesterilidad que viene en detrimento público. Hay en esto un mal social considerable.

La perfecta sumisión de aquellas almas femeninas a sus directores, la benevolencia y la ternura con que éstos se esforzaban en conducirlas por el sendero de la virtud, prestaban a la tertulia un carácter suave, inocente y piadoso que no se hallará seguramente en las exclusivamente seglares.

El rostro era repulsivo, de facciones incorrectas, hinchado por la erisipela y desfigurado amenudo por algunas llamaradas rojizas que le subían a las narices. De sus ilusiones femeninas no le quedaba ya más que una, la de bailar: era una verdadera pasión: padecía horriblemente cada vez que los descuidados pollos de Lancia la dejaban comiendo pavo.

Las golosinas de Gustavo Droz, de Halévy y aun de Maupassant, andaban en todas las manos femeninas, impresas en una forma adecuada para lectores sibaritas, e ilustradas con todas las voluptuosidades artísticas del taller de Goupil.