United States or Angola ? Vote for the TOP Country of the Week !


Tomé una linterna, y seguido por los más resueltos, dirigí mis medrosos pasos hacia el sitio de donde el grito pareciera proceder. La puerta de la sacristía estaba abierta y comprendí que mis sospechas se habían confirmado. Entramos.

Muchas veces después me he oído llamar payaso por Gloria, y siempre se lo he agradecido; pero nunca este calificativo me hizo experimentar una sensación más feliz, un transporte tan delicioso como entonces. Salí por la puertecilla en un estado de turbación que hubiera hecho reír a cualquiera. Llegué al comedor, y no comprendí por qué Suárez me dirigía una mirada tan glacial.

Me sentí desalentado y triste; comprendí que aquel amor que poco a poco iba apoderándose de mi alma, era un delirio, una locura que me arrastraba hacia la ingratitud y la infidelidad. ¡Pobre niña desgraciada, huérfana, víctima del infortunio!

El día en que la necesidad de confidencias le lleve a ese punto, envíeme los fragmentos que pueda comunicarme, sin alarmar demasiado sus pudores de escritor... »Otra cosa que me gustaría saber: ¿qué es de aquel amigo de quien apenas me habla usted ya? El retrato que de él me hizo era seductor. Si comprendí bien debe ser un mozo encantador, pésimo estudiante.

Cuando me vió llegar sin la cesta me preguntó: «¿No me traes la comida?» «Mi madre me dijo que no tenía que mandarle; que si usted tenía algunos cuartos me los diera para comprar panLlevó la mano al bolsillo, pero no sacó nada de allí, y me dijo con una alegría que yo comprendí que era fingida: «No hay necesidad de ir por pan; no tengo hoy ganas de comer; conque á trabajar, amigo mío». Y se puso, en efecto, á manejar el hacha con nuevo afán.

De modo que leída la primera de sus cartas de usted pensé: «Ya lo sabía», y en cuanto vi a la señora De Nièvres comprendí que se trataba de ella. En cuanto a mis procederes juzgaba que era difícil, pero no imposible dirigirlos.

Pero no me gusta esperar dijo Ruperto; y comprendí que iba a poner de nuevo sus manos sobre Antonieta, cuando el ruido que hacía una puerta al abrirse dentro de la habitación, y una voz que decía ásperamente: ¿Qué hace usted aquí, señor mío?

Mi tía y Susana surgieron delante de él, y certifico que desde ese instante tuve la más favorable opinión a cerca de su valor, pues no demostró ningún espanto. Saludó levemente, y luego comprendí por sus gestos que habiéndole asustado el cielo amenazante, pedía permiso para guarecerse en el Zarzal.

Vergüenza me da el decirlo: aquel grito de verdadera agonía despertó en el sólo instinto que me quedaba de hombre: la piedad. Comprendí que la mataba; no distinguía bien si se trataba de su honor o de su vida. No tengo por qué vanagloriarme de un acto de generosidad que fue casi involuntario, tan poca parte le correspondió en él a la verdadera conciencia humana.

Me pregunté alarmado qué nueva maldad meditaba aquel bribón. Le reírse con sorna, como solía, y le vi volver de cara al muro, dar un paso hacia , y luego, con gran sorpresa por mi parte, empezó a bajar por al muro mismo. Comprendí que en éste había peldaños, ya cortados en la piedra, ya clavados de trecho en trecho entre los sillares.