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Actualizado: 6 de julio de 2025


Su fisonomía era tan bondadosa y benévola, que me recordó la de mi cura, aunque no hubiera entre ellas verdadera semejanza. Inmediatamente me sentí atraída hacia él y comprendí también que la simpatía era recíproca. Una parientita, de quien ya he oído hablarme dijo, tomándome las manos: deja que te bese, hijita, he sido muy amigo de tu padre.

«Las cartas a Francisca» dijo la de Ribert, frunciendo las cejas, son la propiedad de uno de nuestros novelistas... , señora, pero yo no hablo de Marcel Prevost, sino de las cartas, de las famosas cartas... ¡Niña charlatana! exclamó la de Ribert, cuyo fruncimiento de cejas comprendí entonces.

Porque él podía ser ambicioso, pero no tanto como hombre de sano corazón y de nobles miras. »Todo esto le comprendí; todo esto deduje de sus intrincados períodos, y todo ello me dio bien claro a entender a dónde pensaba ir a parar por aquel camino. ¡Eso sólo me faltaba! ¡Y en qué ocasión venía! ¡Estar soñando con néctar de los dioses, y despertar con aquella melaza entre los labios!

Pero comprendí que nos había seguido y que al vernos entrar en el monasterio, se había puesto a esperar mi vuelta con toda paciencia. ¿Ha descubierto el señor lo que deseaba? me preguntó el viejo italiano, prontamente. Algo, no todo fue mi réplica. ¿Ha visto a ese monje con quien he estado? .

Comprendí que no me gustaba la música sino el músico, y que a él le pasaba lo mismo respecto de Blanca. No se le daba un bledo de Beethoven; pero estaba enamorado de Blanca, y hasta las cosas que le eran antipáticas le gustaban en la mujer amada. Juno terminó su horrible sonata, y Pablo dijo en un arranque de entusiasmo, cuyo oculto motivo comprendí: ¡Qué genial ese Beethoven!

La casualidad, según yo, o la Providencia Divina, según el padre Ambrosio, habían arrojado delante de un gran infortunio. Yo había cumplido con mi deber, según mis convicciones, y estaba tranquilo. Pero una vez satisfecho este deber, una vez pasada la novedad de mi aventura, comprendí que Amparo no era bastante para arrancarme del hastío; para reconciliarme con la vida.

Entonces comprendí la paciencia de Job y compadecí a los leprosos abandonados en islas solitarias.

En cuanto al estado de educación y de buenas costumbres en que Juan volvía, comprendí también que se había tenido un gran acierto en elegir para ayo de un joven al señor Gil Ponce. »Este permaneció con nosotros durante las vacaciones, y se volvió con Juan cuando llegó el tiempo de abrirse de nuevo las aulas. »Todos los años Jerónimo recibía una maleta llena de ropa y doscientos ducados.

Yo comprendí en seguida que no había ningún peligro repuso Huberto, tratando de justificarse, tenía tiempo de llamar, y no me creí obligado a ensuciarme las manos por un apresuramiento inútil. Es ridículo perder la cabeza por tan poca cosa. Pero contestó María Teresa en un tono de suave ironía, no me habría disgustado verlo desafiar por el peligro de tiznarse un poco las manos.

Palabra del Dia

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