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Mientras la cumplimentaba, Huberto, habiendo examinado a su novia con ojo escrutador, añadió en el mismo tono que habría empleado para reprochar una incalificable falta de corrección: ¿Por qué se ha puesto usted este vestido tan sombrío? Su toilette está algo fuera de lugar aquí, en una noche de estreno.

No podía conocer ya la cifra de su dote... ¿quién lo habría informado? ¿Por qué entonces suponer que su admiración se fundaba en cálculos interesados? ¿Por qué no creer más bien que Diana inventaba una perversidad para amargarle el placer de haber gustado a Huberto?

Buenas tardes, querida; buenas tardes, amiga mía. ¡Y bien! ¿qué tal ha estado el primer miércoles? Muy brillante... Hemos tenido la visita de Huberto Martholl. ¡Ah, ah! ¿ya? No pierde su tiempo ése; sospecho que tiene sus motivos... ¿Se conserva siempre hermoso? ¿ no dices nada, María Teresa? ¡, querido papá!

En efecto, encuentro muy bien a Huberto Martholl, y ¿no tengo razón? interrogó la joven con una linda sonrisa. Mi querida María Teresa, creo que no debemos ver las cosas del mismo modo.

Huberto, sentado cerca de ella, daba deliberadamente la espalda al mar, como para demostrar cuán poco le importaba el despliegue de la pompa solar. Sin embargo, inquieto por el silencio demasiado largo de su compañera, trató de arrancarla a su contemplación: ¿En qué piensa usted, señorita María Teresa?

Consuela tanto verse rodeado, protegido, cuando la desgracia abate... Venga, Huberto, por mi padre, por , sobre todo. Lo espero... Y como el joven le besase respetuosamente la mano y se alejase sin pronunciar una palabra más, experimentó una gran decepción.

Hacia las tres, la joven, sola en el salón, gozaba anticipadamente del placer que debía causarle la visita de Huberto. ¿Cómo lo encontraría? ¿Siempre enamorado a pesar de las semanas de separación? ¿Y si no venía? Esta última idea la tenía ansiosa; consultaba la hora con inquietud.

Juan respondió en voz baja, pero Huberto, al fijarse en aquellas interrogaciones cuyas respuestas no había oído, recordó las frases inquietantes de la señora Gardanne, haciendo alusión a un asunto que podía ser perjudicial para su hermano.

En realidad, parecía que el único objetivo de la existencia de Huberto fuera concurrir todos los días a su club. Lamentó que bajo su aspecto mundano no tuviera una inteligencia más propensa para cosas más útiles a la vida.

Ese Juan de quien usted habla ¿es aquel hermoso joven de aspecto salvaje, que parecía aburrirse tanto en Saint-Jouin, el día que hicimos el paseo? Es él. Excúseme, Huberto; tengo que dejarlo solo otra vez, debo subir a acompañar a mi padre. Vaya, querida amiga; además, me despido de usted hasta mañana que vendré en busca de noticias. ¡Oh! ¡, venga!